Por los dichos, en la zona aun se puede leer la guerra. La guerra contra los inglese y la guerra contra aquellos que decían hacer algo por la Patria.
Por los dichos, el viento que azota las Islas, es el que más recuerda aquellos días, trayendo silencios, miedos, recuerdos, soledad y esperanza. Si, también esperanza, ¿por qué no? Tanto acá, como allí, se tenía la esperanza de que todo terminara pronto. De que se pudiese volver a casa.
Pero para muchos no fue así. Tristemente no fue así, y allí quedaron.
Darwin es el lugar. Allí está el cementerio argentino. Nuestro cementerio. Está en la cima de una colina y el viento sopla constantemente muy fuerte. Como si quisiera arrastrar todo. Pero no podrá. Nunca lo logrará, ya que el amor y los recuerdos son más fuertes.
Las cercas blancas. Los rosarios azules y las lapidas negras. Sobre la gran mayoría de ellas puede leerse “soldado argentino solo conocido por Dios”.
“Y por sus padres, por sus novias, por sus hijos, por aquellos que los amaban”, agregaría yo. Sólo ellos fueron quienes los respetaron, cuando todo terminó.
Por estos días, Ellos podrán llegarse hasta las islas para poder visitarlos por primera vez. Ya ha pasado un largo tiempo. Ha pasado mucha historia desde aquel 1982. Pero hay sentires que no se extinguen, no se consumen.
“Sólo quiero llegar para poder verlo, para poder hablarle y decirle todo aquello que vengo guardando. Para compartir todo lo de este tiempo”, me dijo uno de los padres que viajará al reencuentro.
¿Cómo será ese instante?, nadie, creo podrá saberlo. Ni siquiera aquellos que serán protagonistas. Simplemente sucederá, como aquella partida. “Fue lo que tocó, no es natural que un padre despida a su hijo, pero fue así.”, me dijo con una mezcla de resignación y angustia. Con congoja y con bronca.
Llegar a Malvinas, será duro. Enfrentar el cementerio, será aun más. Las 230 cruces impiden que te detengas en otra cosa, aunque parezca que el paisaje quiera imponerse, aunque parezca que el silencio quiera devorarte.
El viento intentará una vez más, llevarlo todo. Esta vez no será así. Por que ahora más que nunca, las raíces del amor mostraran a trasluz, que no sólo son conocidos por Dios, aquellos que allí descansan.
Bernabé Tolosa
martes, 29 de septiembre de 2009
lunes, 28 de septiembre de 2009
El último gesto de los Beatles
Por Daniel Amiano
Corre el año 1969. John Lennon y Yoko Ono están convencidos de haber alcanzado la unidad mental. Los otros Beatles le hablan a John, pero él mira a Yoko, que, si tiene ganas, murmura algo. Si no, tendrán que interpretar el silencio. Paul McCartney propone una y otra vez nuevos proyectos para el grupo, entre ellos tocar en vivo. El resto responde al unísono: ni locos. Y mucho menos si eso lleva a Paul a sentirse más dueño de la banda. George Harrison está encapsulado en sus nuevas creencias traídas de Oriente y parece dispuesto a librar una dura batalla por tener más participación compositiva. No lo logra. Ringo Starr puede aparecer en el estudio o no: el cine lo tiene bastante ocupado.
26 de septiembre de 1969. Llega a las bateas inglesas Abbey Road, último álbum grabado por los Beatles, considerado una de sus obras cumbre, cuya tapa es de las más recordadas y referidas de la historia: John, Paul, George y Ringo cruzan la calle frente a los estudios Abbey Road y cada uno interpreta un papel. McCartney es el difunto (va descalzo); Lennon, el sacerdote (viste de blanco); Starr, el enterrador (de traje oscuro) y Harrison, el amigo del difunto (está vestido de sport).
Hoy, exactamente hoy, se cumplen cuarenta años de la aparición de ese disco emblemático, registrado en medio del caos que reinaba en la intimidad de los Beatles.
En ese año que no había empezado bien, los rumores de separación eran insistentes. El mundo todavía amaba a los Beatles, pero los principales protagonistas de ese fenómeno ya no tenían ganas de más. El único que todavía creía que la banda tenía algo para dar era Paul y, si bien consiguió que todos aceptaran juntarse para grabar, cada uno impuso sus condiciones. Pero lo cierto es que sin Paul, los Beatles se hubiesen desbandado mucho antes.
Así las cosas, Abbey Road se construyó con las relaciones deterioradas en extremo. Sin embargo, el disco prueba que cuando los cuatro coincidían en un estudio de grabación, la música se imponía bellamente a las miserias que empezaban a aflorar entre ellos. Cada uno usaba al otro Beatle como un músico de sesión. Lennon y McCartney ya tenían objetivos claramente diferentes, que aquí se hacen más palpables que nunca. El lado A se hizo al modo de John: canciones sueltas. El lado B, según la intenciones de Paul: una larga serie de composiciones cortas, unidas por puentes.
Pero volvamos al envase, porque la tapa de Abbey Road es parte del mito. Inicialmente, el disco iba a llamarse Everest, en honor a la marca de cigarrillos que fumaba Geoff Emerick (ingeniero de grabación que trabajó con ellos desde Sgt. Pepper...). De hecho, se había planeado un viaje al
Himalaya para hacer algunas tomas, pero el disco estuvo listo antes de lo previsto y cuenta la leyenda que John propuso: "¿Por qué no salimos ahí afuera, hacemos la foto de la tapa y llamamos al disco simplemente Abbey Road?"
A las 10.35 de la mañana del 8 de agosto, el fotógrafo Ian McMillan se subió a su escalera portátil y realizó sólo seis tomas de la banda mientras los cuatro cruzaban esa calle por enésima vez en esa década, rumbo al estudio que los vio nacer, estallar y disolverse. No hubo tiempo para mucho más: ya entonces era una calle con tránsito intenso.
Al igual que la tapa, que muestra cierta armonía, el caos reinante entre ellos no se percibe en el disco. Hay que tener en cuenta que ni siquiera querían compartir la misma sala. Y, salvo que fuese imprescindible, cada uno acomodaba su horario para no cruzarse con el otro.
Todos imaginaban por entonces cómo sería la vida como un ex Beatle. Y, de alguna manera, ya empezaban a vivirla. Durante la grabación de algunos temas se produjeron situaciones que evidencian el distanciamiento entre ellos. Pero también, al mismo tiempo, la magia.
"Come Together", que abre el disco, fue compuesta por John para la campaña de Timothy Leary, psicólogo y profesor universitario promotor del LSD, entonces oponente de Ronald Reagan en la cerrera por la gobernación de California. La letra, en un homenaje a Chuck Berry, hace referencia a la letra de "You Can?t Catch Me". El editor de esa canción consideró que era un plagio y pensó demandarlo. Años después, como forma de agradecimiento (y de disculpas, y de devolución de favores), Lennon grabó el álbum Rock and Roll con varios temas del catálogo de ese editor.
"Oh! darling" es de Paul, y la practicó incansablemente para mejorar su performance vocal. Quería que su voz sonara agotada, como si hubiese estado varios días sobre un escenario, a viva voz. Caminaba todos los días desde su casa al estudio y, así como llegaba, hacía una toma. Le llevó una semana lograr la expresión deseada. Dicen que John se ofendió porque Paul no le dejó grabar su voz.
Harrison tuvo su gran momento y compuso dos clásicos que, a su vez, fueron los éxitos inmediatos del disco: "Something", el primer N°1 de los Beatles no firmado por Lennon/McCartney, y "Here Comes The Sun", compuesta cuando había renunciado a la banda (luego volvió, claro), que se grabó sin la participación de Lennon.
Lennon compuso "Because" luego de escuchar a Yoko tocar Claro de luna, la sonata de Beethoven. Utilizó parte de las notas del primer movimiento. La armonía de tres voces (grabadas tres veces) sorprende en cada escucha. John también ofrece la segunda canción más larga de la historia del grupo, después de "Revolution #9": "I Want You (She?s So Heavy)", una canción de amor para Yoko y el intento de llevar el minimalismo a la música pop.
Ringo también tuvo su logro: "Octopus Garden", la canción más fresca y feliz del disco, con un ritmo saltarín y buenos fraseos de Harrison, que hizo los coros con Paul, sin el aporte vocal de John.
En este álbum también se inventa el medley (la mezcla de temas distintos). Al parecer, la idea fue de George Martin, que indujo a Paul, dispuesto a experimentar, a combinar fragmentos de canciones inconclusas. El resultado fue el lado B de la placa, que comienza con "You Never Give Me Your Money", de Paul, que hace referencia al caos financiero que vivían en ese tiempo.
Una seguidilla de canciones breves e intensas ("Sun King", "Mean Mustard", "Polytheme Pam", las tres de Lennon) nos lleva, tras algunos temas de Paul, a "The End", la canción final, cuya letra a John le parecía cósmica y que muchos consideran la despedida del grupo: "Y al final/ el amor que tomas/ es igual al amor que das".
Una curiosidad: Abbey Road es además el primer disco en que aparece un track oculto. Más tarde se le conoció el nombre, "Her Majesty". Dura sólo 28 segundos. La sensación que da es que Paul quedó solo en el estudio con su guitarra. Ya todos se habían ido. Los Beatles ya eran pasado, sólo había que decirlo públicamente. Paul saludó a Su Majestad, apagó los equipos y se fue.
Fuente: ADN Cultura
viernes, 25 de septiembre de 2009
"La gente se droga porque le duele el mundo"
El siguiente es el editorial del programa “Después de Todo (DDT)”, que se emite diariamente por el canal de cable “26″. En él, Jorge Lanata reflexiona sobre el consumo de drogas en general y de Paco en particular, y su reciente y arrasante inserción en el mercado de las dorgas de la capital argentina. Corresponde al día 28/04/2009.
“La gente se droga porque le duele el mundo. Cada dolor es distinto, como cada mundo lo es: la señora de clase media se droga con Lexotanil; el broker con cocaína, dinero fácil o anabólicos; el político con el poder; la chica de la disco con speed y bicho; los abuelitos con Viagra y licor; los niños con televisión y video games; casi todos con alcohol; todos con café, y en las villas con paco.
Los dolores son de distinta intensidad, pero duelen sonando en la misma nota: el vacío, la angustia, la soledad, el futuro. Las drogas son como las vacunas: inoculan veneno hasta que después no hacen nada. En la noche eso se llama “shot”. Ese microsegundo, durante el shot, el mundo desaparece. No es que deja de doler: desaparece. La herida sigue estando; pero el shot hace que te la olvides. Ahora: cuando te despertás del shot, la herida está. No es que no está, no es que el mundo no dolió: dolió igual, no lo sentiste. Entonces necesitás otro shot, y otro, y otro… hasta el infinito.
El paco ha hecho verdadera la peor pesadilla de los que lucran con los tratamientos de desintoxicación y que exageran a la hora de hablar de las drogas, viste que te dicen: “te quema la cabeza”. Bueno, el paco te quema la cabeza. Muchas veces, cuando hablan de otras drogas, no es así; también hay una postura ideológica alrededor del tema de las drogas, hay una postura bastante reaccionaria sobre el asunto. Y… que se yo, la marihuana no te “quema la cabeza”. Bueno, el paco te quema la cabeza mal. Y rápido. Te taladra el cerebro como ninguna otra cosa. El paco es pasta base, restos, lo que queda de la basura después de barrer con cuidado, la sub-basura, mezclada con acetona, vidrio molido, fructosa y mierda. Dicen que la patada es fuerte, pero mínima: dedos en el enchufe. Y el adicto se declara tal en una semana o dos.
Según el Observatorio de Drogas del gobierno porteño, diez chicos por día son internados en esta ciudad por intoxicación con paco. Según la Red de Madres contra el Paco, sólo en Lomas de Zamora hay cuatrocientos chicos internados en rehabilitación, con un promedio de cuatro por día. Y entre ocho y diez mueren cada semana por sobredosis. El paco arrasa las villas, el 5,7% de la población de Buenos Aires, 170.397 personas con una edad promedio de 24 años y de los cuales cuatro de cada diez son niños menores de diez años. Está más vinculada con el paco la deserción escolar que el delito: muchos adolescentes que dejan el secundario terminan en el paco y sólo el 6% del total de los delitos son cometidos por menores.”
Fuente: http://www.jupixweb.de/2009/08/10/la-gente-se-droga-porque-le-duele-el-mundo/
“La gente se droga porque le duele el mundo. Cada dolor es distinto, como cada mundo lo es: la señora de clase media se droga con Lexotanil; el broker con cocaína, dinero fácil o anabólicos; el político con el poder; la chica de la disco con speed y bicho; los abuelitos con Viagra y licor; los niños con televisión y video games; casi todos con alcohol; todos con café, y en las villas con paco.
Los dolores son de distinta intensidad, pero duelen sonando en la misma nota: el vacío, la angustia, la soledad, el futuro. Las drogas son como las vacunas: inoculan veneno hasta que después no hacen nada. En la noche eso se llama “shot”. Ese microsegundo, durante el shot, el mundo desaparece. No es que deja de doler: desaparece. La herida sigue estando; pero el shot hace que te la olvides. Ahora: cuando te despertás del shot, la herida está. No es que no está, no es que el mundo no dolió: dolió igual, no lo sentiste. Entonces necesitás otro shot, y otro, y otro… hasta el infinito.
El paco ha hecho verdadera la peor pesadilla de los que lucran con los tratamientos de desintoxicación y que exageran a la hora de hablar de las drogas, viste que te dicen: “te quema la cabeza”. Bueno, el paco te quema la cabeza. Muchas veces, cuando hablan de otras drogas, no es así; también hay una postura ideológica alrededor del tema de las drogas, hay una postura bastante reaccionaria sobre el asunto. Y… que se yo, la marihuana no te “quema la cabeza”. Bueno, el paco te quema la cabeza mal. Y rápido. Te taladra el cerebro como ninguna otra cosa. El paco es pasta base, restos, lo que queda de la basura después de barrer con cuidado, la sub-basura, mezclada con acetona, vidrio molido, fructosa y mierda. Dicen que la patada es fuerte, pero mínima: dedos en el enchufe. Y el adicto se declara tal en una semana o dos.
Según el Observatorio de Drogas del gobierno porteño, diez chicos por día son internados en esta ciudad por intoxicación con paco. Según la Red de Madres contra el Paco, sólo en Lomas de Zamora hay cuatrocientos chicos internados en rehabilitación, con un promedio de cuatro por día. Y entre ocho y diez mueren cada semana por sobredosis. El paco arrasa las villas, el 5,7% de la población de Buenos Aires, 170.397 personas con una edad promedio de 24 años y de los cuales cuatro de cada diez son niños menores de diez años. Está más vinculada con el paco la deserción escolar que el delito: muchos adolescentes que dejan el secundario terminan en el paco y sólo el 6% del total de los delitos son cometidos por menores.”
Fuente: http://www.jupixweb.de/2009/08/10/la-gente-se-droga-porque-le-duele-el-mundo/
martes, 22 de septiembre de 2009
El genocida que prefiere olvidar
Por Roberto Garrone
Desde Mar del Plata
En estas calles de tierra, poceadas y desparejas, en la periferia del barrio Punta Mogotes, pero a más de 15 cuadras de la playa, donde Mar del Plata ha perdido casi todos los atributos de la Ciudad Feliz, Juan Miguel Wolk se siente impune. Alias el El alemán o El nazi, como lo llamaban sus camaradas, este comisario mayor de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, fue uno de los máximos responsables del Pozo de Banfield, un centro clandestino de detención en donde estuvieron los alumnos que militaron en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), quienes fueron torturados y asesinados, en lo que luego se conoció como La Noche de los Lápices, una seguidilla de secuestros que comenzó el 16 de septiembre de 1976. Todas las víctimas eran menores de edad.
Distintos testimonios registrados durante el juicio a la Junta Militar, como la denuncia del ex policía Carlos Hours ante la Conadep y los procesos judiciales posteriores, le confieren a Wolk el grado de genocida por el secuestro, tortura y asesinato de cientos de detenidos que pasaron por el centro clandestino de detención que regenteó entre 1976 y 1978.
Por sus crímenes fue condenado a 25 años de prisión a principios de los años ’80. Pero tiempo después fue beneficiado con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. En 1998 el juez español Baltasar Garzón pidió su extradición, en la misma lista que figuraba el almirante Emilio Massera. Tras la abolición de esas leyes y cuando se esperaba que fuese citado a declarar en los Juicios por la Verdad , los jueces recibieron la noticia que Wolk había muerto.
Pero en esta tarde soleada y luminosa del invierno marplatense, donde chalets con jardines pretenciosos se mezclan entre casitas modestas y terrenos baldíos, en la calle Benedetto Crocce 3045, Wolk vive bastante bien para estar muerto.
Para el vecindario también es un muerto con muy buena salud. “Sí, es ahí… sí, Juan, el viejito”, le dice un vecino a Miradas al Sur cuando preguntamos por su domicilio. Vive enfrente de su casa y está sacando el auto de su garage enrejado. El chalet de dos plantas alberga dos departamentos, divididos por una escalera pequeña en la entrada; clásica construcción marplatense de propiedad horizontal. A tono con su pasado, Wolk vive en el de la derecha. “Departamento 1”, señala un cartelito pintado con letras blancas, en un fondo patinado de azul turquesa, al lado del timbre. Todo luce pulcro y ordenado, con violetas de los alpes multicolores decorando el cantero de unas ventanas pequeñas y alargadas que ocupan casi toda la línea del frente. Dos gatos grises juegan entre las flores. El más grande rasguña la ventana para entrar cuando escucha el timbre. Se oyen movimientos, pero nadie atiende. Tampoco cuando insistimos.
Uno de los gatos se espanta y corre por el tapial. En la trotadora que desemboca en el garage del subsuelo, está estacionado un Renault Megane azul brillante. Pocos metros al sur, Crocce muere en la avenida Mario Bravo, el límite sur del Bosque Peralta Ramos. Curioso destino el de este paisaje agreste salpicado de añejos pinos y eucaliptos en el sur de la ciudad. A pocas cuadras, donde pasa sus días Wolk como un tranquilo jubilado retirado de la Bonaerense, vivía hasta su detención, su colega comisario y genocida, Miguel Etchetcolatz.
Habla Wolk. Al día siguiente pruebo con otra variante para intentar hablar con él. Las nuevas tecnologías otorgan ciertos beneficios. Como acceder al teléfono de una casa con sólo saber la calle y dirección exacta. La línea aparece a nombre de Olga Fiscella. Termino de marcar y me atiende quien jamás me había imaginado.
–Sí, Juan Wolk, quién habla –responde una voz que parece habituada a atender el teléfono.
Me presento y no alcanzo a explicarle más.
–No, no. Está equivocado; no quiero entrar en este tema; revolver un pasado que me molesta muchísimo.
–Usted ha sido acusado y condenado por delitos de lesa humanidad. Usted ha sido el responsable del Pozo de Banfield…
–¿Cómo dijo que se llama?
Le digo mi nombre, y agrego:
–Estoy escribiendo sobre su pasado y su presente en libertad, viviendo en Mar del Plata. Usted fue uno de los responsables de La Noche de los Lápices.
–¿De qué?.. No. Está equivocado, jamás estuve en Banfield. Trabajé en la Unidad Regional de Tigre. No quiero la prensa amarilla para revolver un pasado desgraciado. Entré en la institución para pelear con los ladrones, con los secuestradores, con los que cometían delitos comunes, no delitos ideológicos que es algo aborrecible. Tengo medallas y condecoraciones por mi tarea como policía.
–Pero fue condenado por delitos de lesa humanidad.
–No. ¡Por favor! Nunca fui condenado. Soy peronista desde 1950, tengo hijos, cómo se le ocurre que voy a lastimar a chicos… no anduve en idioteces.
–¿Es cierto que cobra una jubilación de la policía bonaerense?
–¡Esto es un interrogatorio? No voy a contestar sus preguntas, por favor, le reitero, no quiero reverdecer hechos lamentables.
–¿Está dispuesto a presentarse en la Justicia?
–Como no, por supuesto. Donde me llaman voy, pero ya presenté las excusas (sic) con mi abogado. Pero le reitero, no quiero hablar de todo lo que pasó que fue muy doloroso.
–Ahora hay una causa abierta en un Juzgado de La Plata.
–Tengo familia en La Plata y voy muchas veces, si me citan, ahí estaré. Acá me encuentra de chiripa, porque casi nunca estoy.
–Ayer (16 de Septiembre) estuve en su casa, estaba un auto en el frente y se escuchaban movimientos, pero no me abrió nadie.
–¿A qué hora?
–Pasadas las tres de la tarde. Los dos gatos grises estaban alterados con el sonido del timbre.
–Ahh… sí… siempre me gustaron los gatos. (Por primera vez en la charla advierto un cambio en su tono de voz. Abandona el paternalismo y se lo escucha nervioso.)
–Vive cerca de Etchetcolatz, ¿es mera casualidad o era para seguir en contacto?
–El es comisario general; yo soy comisario mayor. Yo soy un perejil de cuarta.
–Si algo ha sido usted, no es precisamente un perejil.
–A mí me han cagado. Nunca me metí en política porque no me interesó; a mí la política nunca me dio nada.
–¿En qué lo engañaron?
–Ya le dije que no quiero salir en los medios, no quiero hablar de lo que pasó.
–¿Le alcanza con la jubilación?
–Más o menos. Adiós.
Ayer volvimos a la casa de Wolk para intentar registrar en imágenes. Al instante de tocar el timbre, se abrió la puerta de la casa de al lado.
–¿Qué buscan?– preguntó de mal modo un hombre flaco y semi calvo.
–Hablar con su vecino.
–No lo conozco.
–Acá vive un genocida.
–Ah… No sabemos nada.
Y la puerta se cerró despacio.
Represor al descubierto. Marta Ungaro descubrió el año pasado que Wolk no estaba muerto. Ella es hermana de Horacio, que tenía 17 años cuando lo arrancaron de su casa de La Plata. Es uno de los chicos asesinados en La Noche de los Lápices, de la cual se cumplieron 33 años esta semana.
Entre la medianoche y las cinco de la mañana de aquel 16 de septiembre de 1976 fueron secuestrados además de Horacio, Claudio de Acha, Daniel Racedo, María Claudia Falcone, María Clara Cuicchini y Francisco López Murtaner. Para los militares, reclamar por un boleto estudiantil era un atentado que se debía reprimir de inmediato. A Pablo Díaz lo secuestraron cinco días más tarde y pudo recuperar la libertad. El Pozo de Banfield tuvo algunas características distintivas dentro de los CCD que montó la Dictadura. Distintos testimonios revelaron que su personal se mostraba a cara descubierta. No había control sobre los secuestrados; ni siquiera eran interrogados.Y la cantidad de “traslados” mencionados por los diversos testigos, hace pensar que en su última etapa el Pozo de Banfield era un centro de exterminio.
Otra de sus aristas singulares del campo de concentración que comandaba aquel comisario apodado El Nazi fue el gran número de embarazadas vistas allí, como así también el elevado número de partos que se produjeron en ese lugar. Embarazadas detenidas en otros establecimientos policiales o militares, eran trasladadas al Pozo de Banfield cuando se encontraban a punto de dar a
luz. Ningún bebé fue devuelto a su madre ni a sus familiares.
Entre esos muros fueron torturados los estudiantes secundarios platenses.
“Claudia no necesitaba el boleto estudiantil barato, porque nosotros no teníamos problemas económicos y ella vivía a dos cuadras de la escuela. Se metió en esa lucha por solidaridad”, contó alguna vez Nelva Falcone sobre su hija.
“Hay testimonios que indican que Wolk fue quien mató a mi hermano y arrojó su cuerpo en el cementerio de Avellaneda, donde encontraron los restos de Luis Ciancio, un muchacho de Berisso”, asegura Marta Ungaro.
Marta descubrió que Wolk cobraba una jubilación de comisario mayor, por su tarea docente en la Escuela Juan Vucetich y el Liceo Policial. Su último destino efectivo fue la Departamental de Pehuajó. Casualmente donde trabajó como médico policial toda su vida el doctor Falcone, en cuyo auto un testigo aseguró que secuestraron a Julio López.
Wolk es el número de beneficiario 10.805 de la Caja de Retiros de la Policía y todos los meses cobra en la casa central del Banco Provincia de Mar del Plata, San Martín y Córdoba.
Toda esta documentación que pudo recolectar Marta, junto con el legajo personal de Wolk y dos diskettes con testimonios que lo incriminaban, se presentó en la causa Horacio Ungaro, en la Secretaría Única sobre Habeas Corpus, el 8 de julio del 2008. El Juez Arnaldo Corazza del Juzgado Nº3 de La Plata, es quien llevaba adelante la causa 26 Pozo de Banfield en la Secretaría Especial de Investigaciones.
Pese a toda la colección de pruebas presentadas, todavía el magistrado no ha llamado a declarar a Wolk.
A los 76 años, el otrora poderoso comisario mayor es un anciano jubilado que circula con parcimonia por las calles de Punta Mogotes, provocando ternura en sus vecinos y que, si el día está lindo, hasta se anima a caminar por el Bosque o llegar a la playa.
Hace tres décadas, el señor Wolk trabajaba de genocida. Ahora le parece dolorosa esa etapa de su vida. Pero ya se sabe: el pasado siempre vuelve.
Fuente: Revista Sur
Desde Mar del Plata
En estas calles de tierra, poceadas y desparejas, en la periferia del barrio Punta Mogotes, pero a más de 15 cuadras de la playa, donde Mar del Plata ha perdido casi todos los atributos de la Ciudad Feliz, Juan Miguel Wolk se siente impune. Alias el El alemán o El nazi, como lo llamaban sus camaradas, este comisario mayor de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, fue uno de los máximos responsables del Pozo de Banfield, un centro clandestino de detención en donde estuvieron los alumnos que militaron en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), quienes fueron torturados y asesinados, en lo que luego se conoció como La Noche de los Lápices, una seguidilla de secuestros que comenzó el 16 de septiembre de 1976. Todas las víctimas eran menores de edad.
Distintos testimonios registrados durante el juicio a la Junta Militar, como la denuncia del ex policía Carlos Hours ante la Conadep y los procesos judiciales posteriores, le confieren a Wolk el grado de genocida por el secuestro, tortura y asesinato de cientos de detenidos que pasaron por el centro clandestino de detención que regenteó entre 1976 y 1978.
Por sus crímenes fue condenado a 25 años de prisión a principios de los años ’80. Pero tiempo después fue beneficiado con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. En 1998 el juez español Baltasar Garzón pidió su extradición, en la misma lista que figuraba el almirante Emilio Massera. Tras la abolición de esas leyes y cuando se esperaba que fuese citado a declarar en los Juicios por la Verdad , los jueces recibieron la noticia que Wolk había muerto.
Pero en esta tarde soleada y luminosa del invierno marplatense, donde chalets con jardines pretenciosos se mezclan entre casitas modestas y terrenos baldíos, en la calle Benedetto Crocce 3045, Wolk vive bastante bien para estar muerto.
Para el vecindario también es un muerto con muy buena salud. “Sí, es ahí… sí, Juan, el viejito”, le dice un vecino a Miradas al Sur cuando preguntamos por su domicilio. Vive enfrente de su casa y está sacando el auto de su garage enrejado. El chalet de dos plantas alberga dos departamentos, divididos por una escalera pequeña en la entrada; clásica construcción marplatense de propiedad horizontal. A tono con su pasado, Wolk vive en el de la derecha. “Departamento 1”, señala un cartelito pintado con letras blancas, en un fondo patinado de azul turquesa, al lado del timbre. Todo luce pulcro y ordenado, con violetas de los alpes multicolores decorando el cantero de unas ventanas pequeñas y alargadas que ocupan casi toda la línea del frente. Dos gatos grises juegan entre las flores. El más grande rasguña la ventana para entrar cuando escucha el timbre. Se oyen movimientos, pero nadie atiende. Tampoco cuando insistimos.
Uno de los gatos se espanta y corre por el tapial. En la trotadora que desemboca en el garage del subsuelo, está estacionado un Renault Megane azul brillante. Pocos metros al sur, Crocce muere en la avenida Mario Bravo, el límite sur del Bosque Peralta Ramos. Curioso destino el de este paisaje agreste salpicado de añejos pinos y eucaliptos en el sur de la ciudad. A pocas cuadras, donde pasa sus días Wolk como un tranquilo jubilado retirado de la Bonaerense, vivía hasta su detención, su colega comisario y genocida, Miguel Etchetcolatz.
Habla Wolk. Al día siguiente pruebo con otra variante para intentar hablar con él. Las nuevas tecnologías otorgan ciertos beneficios. Como acceder al teléfono de una casa con sólo saber la calle y dirección exacta. La línea aparece a nombre de Olga Fiscella. Termino de marcar y me atiende quien jamás me había imaginado.
–Sí, Juan Wolk, quién habla –responde una voz que parece habituada a atender el teléfono.
Me presento y no alcanzo a explicarle más.
–No, no. Está equivocado; no quiero entrar en este tema; revolver un pasado que me molesta muchísimo.
–Usted ha sido acusado y condenado por delitos de lesa humanidad. Usted ha sido el responsable del Pozo de Banfield…
–¿Cómo dijo que se llama?
Le digo mi nombre, y agrego:
–Estoy escribiendo sobre su pasado y su presente en libertad, viviendo en Mar del Plata. Usted fue uno de los responsables de La Noche de los Lápices.
–¿De qué?.. No. Está equivocado, jamás estuve en Banfield. Trabajé en la Unidad Regional de Tigre. No quiero la prensa amarilla para revolver un pasado desgraciado. Entré en la institución para pelear con los ladrones, con los secuestradores, con los que cometían delitos comunes, no delitos ideológicos que es algo aborrecible. Tengo medallas y condecoraciones por mi tarea como policía.
–Pero fue condenado por delitos de lesa humanidad.
–No. ¡Por favor! Nunca fui condenado. Soy peronista desde 1950, tengo hijos, cómo se le ocurre que voy a lastimar a chicos… no anduve en idioteces.
–¿Es cierto que cobra una jubilación de la policía bonaerense?
–¡Esto es un interrogatorio? No voy a contestar sus preguntas, por favor, le reitero, no quiero reverdecer hechos lamentables.
–¿Está dispuesto a presentarse en la Justicia?
–Como no, por supuesto. Donde me llaman voy, pero ya presenté las excusas (sic) con mi abogado. Pero le reitero, no quiero hablar de todo lo que pasó que fue muy doloroso.
–Ahora hay una causa abierta en un Juzgado de La Plata.
–Tengo familia en La Plata y voy muchas veces, si me citan, ahí estaré. Acá me encuentra de chiripa, porque casi nunca estoy.
–Ayer (16 de Septiembre) estuve en su casa, estaba un auto en el frente y se escuchaban movimientos, pero no me abrió nadie.
–¿A qué hora?
–Pasadas las tres de la tarde. Los dos gatos grises estaban alterados con el sonido del timbre.
–Ahh… sí… siempre me gustaron los gatos. (Por primera vez en la charla advierto un cambio en su tono de voz. Abandona el paternalismo y se lo escucha nervioso.)
–Vive cerca de Etchetcolatz, ¿es mera casualidad o era para seguir en contacto?
–El es comisario general; yo soy comisario mayor. Yo soy un perejil de cuarta.
–Si algo ha sido usted, no es precisamente un perejil.
–A mí me han cagado. Nunca me metí en política porque no me interesó; a mí la política nunca me dio nada.
–¿En qué lo engañaron?
–Ya le dije que no quiero salir en los medios, no quiero hablar de lo que pasó.
–¿Le alcanza con la jubilación?
–Más o menos. Adiós.
Ayer volvimos a la casa de Wolk para intentar registrar en imágenes. Al instante de tocar el timbre, se abrió la puerta de la casa de al lado.
–¿Qué buscan?– preguntó de mal modo un hombre flaco y semi calvo.
–Hablar con su vecino.
–No lo conozco.
–Acá vive un genocida.
–Ah… No sabemos nada.
Y la puerta se cerró despacio.
Represor al descubierto. Marta Ungaro descubrió el año pasado que Wolk no estaba muerto. Ella es hermana de Horacio, que tenía 17 años cuando lo arrancaron de su casa de La Plata. Es uno de los chicos asesinados en La Noche de los Lápices, de la cual se cumplieron 33 años esta semana.
Entre la medianoche y las cinco de la mañana de aquel 16 de septiembre de 1976 fueron secuestrados además de Horacio, Claudio de Acha, Daniel Racedo, María Claudia Falcone, María Clara Cuicchini y Francisco López Murtaner. Para los militares, reclamar por un boleto estudiantil era un atentado que se debía reprimir de inmediato. A Pablo Díaz lo secuestraron cinco días más tarde y pudo recuperar la libertad. El Pozo de Banfield tuvo algunas características distintivas dentro de los CCD que montó la Dictadura. Distintos testimonios revelaron que su personal se mostraba a cara descubierta. No había control sobre los secuestrados; ni siquiera eran interrogados.Y la cantidad de “traslados” mencionados por los diversos testigos, hace pensar que en su última etapa el Pozo de Banfield era un centro de exterminio.
Otra de sus aristas singulares del campo de concentración que comandaba aquel comisario apodado El Nazi fue el gran número de embarazadas vistas allí, como así también el elevado número de partos que se produjeron en ese lugar. Embarazadas detenidas en otros establecimientos policiales o militares, eran trasladadas al Pozo de Banfield cuando se encontraban a punto de dar a
luz. Ningún bebé fue devuelto a su madre ni a sus familiares.
Entre esos muros fueron torturados los estudiantes secundarios platenses.
“Claudia no necesitaba el boleto estudiantil barato, porque nosotros no teníamos problemas económicos y ella vivía a dos cuadras de la escuela. Se metió en esa lucha por solidaridad”, contó alguna vez Nelva Falcone sobre su hija.
“Hay testimonios que indican que Wolk fue quien mató a mi hermano y arrojó su cuerpo en el cementerio de Avellaneda, donde encontraron los restos de Luis Ciancio, un muchacho de Berisso”, asegura Marta Ungaro.
Marta descubrió que Wolk cobraba una jubilación de comisario mayor, por su tarea docente en la Escuela Juan Vucetich y el Liceo Policial. Su último destino efectivo fue la Departamental de Pehuajó. Casualmente donde trabajó como médico policial toda su vida el doctor Falcone, en cuyo auto un testigo aseguró que secuestraron a Julio López.
Wolk es el número de beneficiario 10.805 de la Caja de Retiros de la Policía y todos los meses cobra en la casa central del Banco Provincia de Mar del Plata, San Martín y Córdoba.
Toda esta documentación que pudo recolectar Marta, junto con el legajo personal de Wolk y dos diskettes con testimonios que lo incriminaban, se presentó en la causa Horacio Ungaro, en la Secretaría Única sobre Habeas Corpus, el 8 de julio del 2008. El Juez Arnaldo Corazza del Juzgado Nº3 de La Plata, es quien llevaba adelante la causa 26 Pozo de Banfield en la Secretaría Especial de Investigaciones.
Pese a toda la colección de pruebas presentadas, todavía el magistrado no ha llamado a declarar a Wolk.
A los 76 años, el otrora poderoso comisario mayor es un anciano jubilado que circula con parcimonia por las calles de Punta Mogotes, provocando ternura en sus vecinos y que, si el día está lindo, hasta se anima a caminar por el Bosque o llegar a la playa.
Hace tres décadas, el señor Wolk trabajaba de genocida. Ahora le parece dolorosa esa etapa de su vida. Pero ya se sabe: el pasado siempre vuelve.
Fuente: Revista Sur
lunes, 21 de septiembre de 2009
Estigmatizar a través del lenguaje
Directora del departamento de Lingüística del Centro de Investigaciones en Antropología Filosófica y Cultural (Conicet) y Profesora de Análisis de los lenguajes de los medios de comunicación (UBA), la doctora María Laura Pardo, que investiga la forma en que los canales de comunicación representan a las distintas clases sociales, desmenuza el entramado discursivo de los medios masivos de comunicación y advierte sobre su efecto discriminatorio.
-¿Hay discriminación en los medios de comunicación argentinos?
-Existe un tratamiento diferente respecto de las personas. Así, una persona humilde que delinque es un chorro o un malviviente, pero si lo hace un funcionario, es a lo sumo una persona sospechosa o alguien que parecería haber cometido un ilícito. No es sólo la forma en que se refieren a estos individuos, sino la rapidez con que se juzga en el discurso a unos culpables y a otros no.
-¿Una doble moral del discurso?
-La discriminación se observa en que aún se mantienen chistes sobre la condición sexual de las personas o en cómo son tratadas las personas humildes. Un alcohólico de clase media alta es un hombre de buen vivir. Un loco de igual condición económica es un excéntrico. Un drogadicto es alguien a quien le gusta relajarse y una prostituta puede convertirse en alguien que hace desnudos cuidados. Esto evidencia un doble discurso moral tanto en los medios como en la sociedad.
-¿Por qué los sectores más vulnerables suelen ser los más maltratados?
-En el pasado, las personas humildes se identificaban con gente de trabajo, que luchaba contra la adversidad, respetuosa y honrada. Pero esa visión ha cambiado mucho. La posmodernidad pone a aquellos que durante años no han tenido voz en los medios en un supuesto sitial de "privilegio". Los pobres, los aborígenes, los locos, todo lo que hasta hace poco era parte de la marginalidad cubre el espacio de lo público con un solo fin: existir a partir de aparecer en la televisión. Si estoy en la TV, existo. No son los pobres que daban ejemplo lo que les interesa a los medios, sino los pobres "en su miseria": los obesos en su lucha contra la enfermedad, las madres de delincuentes o de drogadictos, ésos con los que la clase media no quiere identificarse. Así, la clase media se construye por oposición. Eso que veo no soy yo, no es mi familia, puedo quedarme tranquila. Si bien el discurso de los medios apunta a no discriminar, a ayudar y a que ciertos problemas se conozcan, muchas veces su efecto resulta una mezcla de asistencia y de discriminación positiva. La cuestión es siempre la misma: desde qué lugar se hace la exposición mediática y desde qué grado de conocimiento de la problemática real.
-¿Es una situación local o un fenómeno que se repite a escala mundial?
-Es un fenómeno global con características locales. La posmodernidad es más que un concepto de los teóricos, es un modo de encarar la vida y de vivirla. Esto influye en todo y en todos. Mucho de lo que he comentado se da en otros países y en cada uno toma aspectos idiosincráticos de cada lugar. Por eso, Gran hermano , Cuestión de peso , Bailando por un sueño y tantos otros son programas cuyo formato se puede ver en todo el mundo.
-¿Cómo se representa la pobreza en el discurso mediático?
-Es interesante observar que los que acceden a ser expuestos en la pantalla son los sectores carenciados. Tienen una necesidad de protagonismo que la pantalla chica puede darles; muchas veces se les paga para participar y no cuentan con abogados o personas que los asesoren. Tienen más para ganar que la clase media, media alta y alta. Muchas personas de clase media o alta se drogan, delinquen, se alcoholizan, se embarazan en la adolescencia, pero tienen los recursos para que eso se resuelva de mejor forma y sólo en el ámbito privado. Los medios no se focalizan en mostrar cómo resolver un problema de droga por medio de una internación privada, a menos que el drogadicto sea famoso.
-¿Cuánto se puede conocer de la sociedad a partir del lenguaje que usa?
-El lenguaje construye una cultura y se retroalimenta de ella. Los sistemas de creencias de una sociedad son representaciones del mundo donde creemos vivir, que construimos con el lenguaje. Investigando las estrategias y recursos lingüísticos de un grupo social, podemos conocer algunos de esos aspectos sociales.
-¿Cómo ha cambiado el discurso de los medios en las últimas décadas?
-Es difícil resumir esos cambios, pero pueden señalarse algunas cuestiones relevantes. Los medios siempre han tenido injerencia en los gobiernos, apoyándolos u oponiéndose, y también siempre están sometidos a los cambios globales. El discurso de los medios en los años 80, con el advenimiento de la democracia, fue un espacio para la discusión política. Aun con temores y ciertas censuras, se abrió paso un discurso que tenía como eje a las figuras clave del gobierno y de la oposición. En los años 90, con la llegada del menemismo y la posmodernidad, el discurso de los medios, en muchos casos, acompañó esa época en que lo vulgar comenzó a mezclarse con la política. A mediados de la década del 90, los reality shows incorporaron las historias de vida de gente común, siempre con algo que contar en el límite del buen gusto.
-¿Cuáles suelen ser los disparadores de esos cambios?
-No hay una única causa. Influye enormemente la filosofía de vida, una filosofía de vida estrechamente relacionada con la economía y la cultura. El neoliberalismo no es sólo una forma de encarar la economía, es ante todo un cambio cultural que se trata de imponer y que llega a la gente, entre otros canales, a través de los medios. Su correlato filosófico o cultural es la posmodernidad.
-¿Es la variable cultural que determina un cambio en los patrones discursivos?
-El discurso es parte de las actividades del hombre. En la medida en que éste cambia, también lo hace su discurso y viceversa. Así se producen cambios en la cultura, la ideología, la política, la economía. No es que primero haya un cambio cultural y luego un cambio en el discurso. Para que se dé un cambio (sea del tipo que fuere) debe también cambiar el discurso, lo que se traduce en la construcción lingüística de nuevos argumentos y términos.
-¿Qué motiva el salto entonces?
-El cambio discursivo tiene que ver con lo social. Los medios pueden acelerar o aletargar ese cambio. Mostrar siempre un lado de la cuestión, generalizar a partir de hechos menores, argumentar siempre a favor o en contra de algo o alguien ayuda a que los cambios en general (y por lo tanto, el discurso también) tomen un determinado carril. Esto no es sólo responsabilidad de los medios, sino también de quien los mira, de su espíritu crítico y su educación.
-¿Se ha empobrecido el lenguaje?
-La pregunta sobre si una lengua se empobrece o enriquece oculta la suposición de que se puede dañar la lengua y esto no es así. El lenguaje es un sistema que nos permite pensar y, por lo tanto, necesitamos de la vida en sociedad para desarrollarlo. Hablar bien o mal (esto es, respetar o no la norma culta de una lengua) sólo hace que nuestro manejo social no sea estigmatizado. Si voy a un colegio a que me tomen de maestra y me como las eses, no me van a tomar, pero si voy a la carnicería a comprar carne, me la van a vender igual, pronuncie o no la ese final. El lenguaje es como la vida: para desarrollarse debe mezclarse, recibir términos nuevos, dejar morir otros, estar en continuo movimiento. Esa tensión lo mantiene vivo. ¿Se empobreció? ¿Se enriqueció? No, sólo vive.
Fuente: ADN Cultura
-¿Hay discriminación en los medios de comunicación argentinos?
-Existe un tratamiento diferente respecto de las personas. Así, una persona humilde que delinque es un chorro o un malviviente, pero si lo hace un funcionario, es a lo sumo una persona sospechosa o alguien que parecería haber cometido un ilícito. No es sólo la forma en que se refieren a estos individuos, sino la rapidez con que se juzga en el discurso a unos culpables y a otros no.
-¿Una doble moral del discurso?
-La discriminación se observa en que aún se mantienen chistes sobre la condición sexual de las personas o en cómo son tratadas las personas humildes. Un alcohólico de clase media alta es un hombre de buen vivir. Un loco de igual condición económica es un excéntrico. Un drogadicto es alguien a quien le gusta relajarse y una prostituta puede convertirse en alguien que hace desnudos cuidados. Esto evidencia un doble discurso moral tanto en los medios como en la sociedad.
-¿Por qué los sectores más vulnerables suelen ser los más maltratados?
-En el pasado, las personas humildes se identificaban con gente de trabajo, que luchaba contra la adversidad, respetuosa y honrada. Pero esa visión ha cambiado mucho. La posmodernidad pone a aquellos que durante años no han tenido voz en los medios en un supuesto sitial de "privilegio". Los pobres, los aborígenes, los locos, todo lo que hasta hace poco era parte de la marginalidad cubre el espacio de lo público con un solo fin: existir a partir de aparecer en la televisión. Si estoy en la TV, existo. No son los pobres que daban ejemplo lo que les interesa a los medios, sino los pobres "en su miseria": los obesos en su lucha contra la enfermedad, las madres de delincuentes o de drogadictos, ésos con los que la clase media no quiere identificarse. Así, la clase media se construye por oposición. Eso que veo no soy yo, no es mi familia, puedo quedarme tranquila. Si bien el discurso de los medios apunta a no discriminar, a ayudar y a que ciertos problemas se conozcan, muchas veces su efecto resulta una mezcla de asistencia y de discriminación positiva. La cuestión es siempre la misma: desde qué lugar se hace la exposición mediática y desde qué grado de conocimiento de la problemática real.
-¿Es una situación local o un fenómeno que se repite a escala mundial?
-Es un fenómeno global con características locales. La posmodernidad es más que un concepto de los teóricos, es un modo de encarar la vida y de vivirla. Esto influye en todo y en todos. Mucho de lo que he comentado se da en otros países y en cada uno toma aspectos idiosincráticos de cada lugar. Por eso, Gran hermano , Cuestión de peso , Bailando por un sueño y tantos otros son programas cuyo formato se puede ver en todo el mundo.
-¿Cómo se representa la pobreza en el discurso mediático?
-Es interesante observar que los que acceden a ser expuestos en la pantalla son los sectores carenciados. Tienen una necesidad de protagonismo que la pantalla chica puede darles; muchas veces se les paga para participar y no cuentan con abogados o personas que los asesoren. Tienen más para ganar que la clase media, media alta y alta. Muchas personas de clase media o alta se drogan, delinquen, se alcoholizan, se embarazan en la adolescencia, pero tienen los recursos para que eso se resuelva de mejor forma y sólo en el ámbito privado. Los medios no se focalizan en mostrar cómo resolver un problema de droga por medio de una internación privada, a menos que el drogadicto sea famoso.
-¿Cuánto se puede conocer de la sociedad a partir del lenguaje que usa?
-El lenguaje construye una cultura y se retroalimenta de ella. Los sistemas de creencias de una sociedad son representaciones del mundo donde creemos vivir, que construimos con el lenguaje. Investigando las estrategias y recursos lingüísticos de un grupo social, podemos conocer algunos de esos aspectos sociales.
-¿Cómo ha cambiado el discurso de los medios en las últimas décadas?
-Es difícil resumir esos cambios, pero pueden señalarse algunas cuestiones relevantes. Los medios siempre han tenido injerencia en los gobiernos, apoyándolos u oponiéndose, y también siempre están sometidos a los cambios globales. El discurso de los medios en los años 80, con el advenimiento de la democracia, fue un espacio para la discusión política. Aun con temores y ciertas censuras, se abrió paso un discurso que tenía como eje a las figuras clave del gobierno y de la oposición. En los años 90, con la llegada del menemismo y la posmodernidad, el discurso de los medios, en muchos casos, acompañó esa época en que lo vulgar comenzó a mezclarse con la política. A mediados de la década del 90, los reality shows incorporaron las historias de vida de gente común, siempre con algo que contar en el límite del buen gusto.
-¿Cuáles suelen ser los disparadores de esos cambios?
-No hay una única causa. Influye enormemente la filosofía de vida, una filosofía de vida estrechamente relacionada con la economía y la cultura. El neoliberalismo no es sólo una forma de encarar la economía, es ante todo un cambio cultural que se trata de imponer y que llega a la gente, entre otros canales, a través de los medios. Su correlato filosófico o cultural es la posmodernidad.
-¿Es la variable cultural que determina un cambio en los patrones discursivos?
-El discurso es parte de las actividades del hombre. En la medida en que éste cambia, también lo hace su discurso y viceversa. Así se producen cambios en la cultura, la ideología, la política, la economía. No es que primero haya un cambio cultural y luego un cambio en el discurso. Para que se dé un cambio (sea del tipo que fuere) debe también cambiar el discurso, lo que se traduce en la construcción lingüística de nuevos argumentos y términos.
-¿Qué motiva el salto entonces?
-El cambio discursivo tiene que ver con lo social. Los medios pueden acelerar o aletargar ese cambio. Mostrar siempre un lado de la cuestión, generalizar a partir de hechos menores, argumentar siempre a favor o en contra de algo o alguien ayuda a que los cambios en general (y por lo tanto, el discurso también) tomen un determinado carril. Esto no es sólo responsabilidad de los medios, sino también de quien los mira, de su espíritu crítico y su educación.
-¿Se ha empobrecido el lenguaje?
-La pregunta sobre si una lengua se empobrece o enriquece oculta la suposición de que se puede dañar la lengua y esto no es así. El lenguaje es un sistema que nos permite pensar y, por lo tanto, necesitamos de la vida en sociedad para desarrollarlo. Hablar bien o mal (esto es, respetar o no la norma culta de una lengua) sólo hace que nuestro manejo social no sea estigmatizado. Si voy a un colegio a que me tomen de maestra y me como las eses, no me van a tomar, pero si voy a la carnicería a comprar carne, me la van a vender igual, pronuncie o no la ese final. El lenguaje es como la vida: para desarrollarse debe mezclarse, recibir términos nuevos, dejar morir otros, estar en continuo movimiento. Esa tensión lo mantiene vivo. ¿Se empobreció? ¿Se enriqueció? No, sólo vive.
Fuente: ADN Cultura
martes, 15 de septiembre de 2009
Lo imposible y lo real
El mundo es un caos. Siempre lo fue. La diferencia reside en que hoy el mundo se nos presenta con la velocidad y la simultaneidad de la información digitalizada. Sabemos el mundo al instante. Saberlo no es conocerlo en su totalidad, por el contrario, saberlo es percibir nuestra ignorancia y excitar nuestra curiosidad.
No es que sepamos lo que pasa en el mundo, no se trata de descubrir cosas en un cofre global. El mundo no es un lugar sino una proyección. Todo el tiempo se nos presenta la información mundial en fragmentos que se renuevan cada semana. Durante siglos se creyó posible ordenar el mundo. Las ideologías, la filosofía, las religiones, tuvieron la tarea de elaborar sistemas de mundo. Hoy esta labor es imposible. El mundo se escapa, mejor dicho, tenemos conciencia de que está atravesado por líneas de fuga.
Mantener un orden es una de la pretensiones del poder. Alcanzarlo es uno de los deseos de quienes aún no lo administran. Pero es posible que el poder sea una ilusión. Por supuesto que existen quienes pueden controlar sucesos, producir acontecimientos, usufructuar ventajas. Son siempre escasas y fugaces. Un verdadero orden es permanente, si no, no es orden, es una fase o una transición hacia otra fase.
El temor nos hace pedir o añorar un orden. Nos inventamos órdenes pretéritos. Creemos que en algún momento de la historia de la humanidad las cosas estaban en su justo lugar. Sin embargo, jamás lo estuvieron. Con el riesgo de parecer esencialistas, no es una desmesura afirmar que la condición humana se ofrece como algo indomable. Siglos de domesticación no lograron crear un animal previsible.
Nietzsche definía al hombre como el único animal capaz de hacer promesas; no agregó que es el único ser que las viola. Sin embargo, no le hizo falta aclararlo. Nos ha remitido en sus libros a la historia de lo que llamó “sistemas de crueldad” que consagraron dispositivos de castigo para que los mandamientos sean obedecidos.
De todos modos, no hay época en la historia que no se haya salido de cauce y que no fuera vivida por sus protagonistas como una inundación o con un sentimiento de catástrofe.
La diferencia con la actualidad es que existía la creencia en un orden posible, en una totalidad armónica, o en una redención por venir. Hoy esa creencia así como se hace se deshace, no es lo mismo creer que querer creer.
Cuando en la actualidad se asevera que el mundo se dirige a Oriente y que la China puede convertirse en un nuevo polo de poder mundial, no hacemos que más que lanzar a la atmósfera un globo aerostático a merced de los vientos. No nos permite imaginar un mundo. La crisis financiera, el calentamiento global, el agotamiento energético del planeta, la producción de vida artificial, son imágenes dispersas de posibles amenazas, de aventuras valoradas contrastadamente.
El filósofo alemán Peter Sloterdijk apuesta a que las nuevas tecnologías producirán aires de libertad. El italiano Agamben habla de pasados, presentes y futuros campos de exterminio. Toni Negri ya no sé de qué habla. Vattimo reflexiona sobre una moral caritativa. Debe ser por eso que el filósofo norteamericano Richard Rorty a pesar de esta oferta escribía que ya desde hace un siglo a nadie le importan los fundamentos filosóficos del acontecer humano.
Pero no es un problema específico de la filosofía el hecho de no ser tenida en cuenta como formadora de nuevas concepciones del mundo. Lo que no hay es un mito global. No existe una autoridad trascendente llamada Dios, Razón o Verdad, que diagrame un orden. Los hombres no perciben el mundo de acuerdo con un relato que los incluya en un sistema de creencias. Es un proceso irreversible, aunque no más catastrófico que en otras épocas de la historia. Si hubiera existido una CNN durante el Imperio Romano, o canales de noticias durante la expansión holandesa del siglo XVII, lo que hoy vemos desde la posteridad como un orden ajustado sería concebido por los hombres de aquellos tiempos como un desquicio sin solución.
No digo como Jean Baudrilllard que la vida es un simulacro y que no hay diferencia entre lo real y su imagen para un mundo-pantalla, sino que la desmesura general es un dato cotidiano de nuestra percepción, y que no tenemos narración que la contenga.
¿Hace falta un mito? Es una pregunta ociosa. Podemos apelar como lo hacen otros a una idea de un futuro gobierno mundial, a una red de minigrupos de resistencia contra los poderes imperiales, a cualquier tótem o gran hermano benévolo o diabólico, la tensión entre la voluntad de ordenar y el exceso de lo real es inevitable.
Pensemos en nuestro país. ¿Cómo pensar en proyectos sin orden futuro? ¿Puede una sociedad basarse en la improvisación, en una apuesta a suerte y verdad, en depender de la fortuna? ¿Cómo organizarnos en vistas a un futuro promisorio? Hay quienes sostienen que es necesario construir un Estado, como si no lo hubiera. Pero admitamos que se trata de un “nuevo” Estado. Ante los desajustes, los conflictos, y la parálisis de ciertas políticas, hay quienes piden convocar a todos los sectores interesados y planificar las futuras acciones en conjunto. Proponen la creación de un Consejo Nacional Agropecuario para dirimir y solucionar el problema del campo. O respecto de la salud, dicen que se necesita un plan nacional de salud. Imagino que a esto agregamos otro plan nacional de seguridad, un consejo nacional del salario y de la producción, uno de energía, de política ambiental. Es lo que se llama plan estratégico nacional. Todo un país planificado para los próximos veinte años como resultado del diálogo y la convergencia de las fuerzas vivas y de los agentes sociales más representativos.
Nos parece un punto de vista absolutamente cierto, sentido común con mayúscula. Sin plan no hay objetivos generales, sin participación no hay acción al servicio de los intereses colectivos, sin acuerdos no hay avances. Y al mismo tiempo, también nos parece imposible.
Sólo en un mundo racional y generoso todo es posible, hasta un orden dinámico parece factible. Un universo amable permite la creación de un ambiente en el que todos entienden que negociar es ceder y no sólo convencer al otro de que ceda. En este caso ideal no se trata de un orden monopolizado por la violencia de un gran poder, sino de una organización inclusiva que planifique en medio del caos, que invente y cree herramientas contra quienes quieran conservar sus ventajas. Sin embargo, en una sociedad fragmentada como la nuestra, con un virtual empate entre grupos de presión, en una comunidad que no es tal porque la desconfianza es la regla de la supervivencia, hablar de concertación, de alianzas, de frentes, de consenso, de diálogo, de encuentros, no va más allá de un clamor retórico.
Ante una situación así, ¿nos queda otra alternativa que adscribir a la consigna de aquel Mayo Francés del ’68: seamos realistas, pidamos lo imposible? Sí, la hay: seamos idealistas, tratemos de mejorar un poco.
Tomás Abraham. (www.tomasabraham.com.ar)
No es que sepamos lo que pasa en el mundo, no se trata de descubrir cosas en un cofre global. El mundo no es un lugar sino una proyección. Todo el tiempo se nos presenta la información mundial en fragmentos que se renuevan cada semana. Durante siglos se creyó posible ordenar el mundo. Las ideologías, la filosofía, las religiones, tuvieron la tarea de elaborar sistemas de mundo. Hoy esta labor es imposible. El mundo se escapa, mejor dicho, tenemos conciencia de que está atravesado por líneas de fuga.
Mantener un orden es una de la pretensiones del poder. Alcanzarlo es uno de los deseos de quienes aún no lo administran. Pero es posible que el poder sea una ilusión. Por supuesto que existen quienes pueden controlar sucesos, producir acontecimientos, usufructuar ventajas. Son siempre escasas y fugaces. Un verdadero orden es permanente, si no, no es orden, es una fase o una transición hacia otra fase.
El temor nos hace pedir o añorar un orden. Nos inventamos órdenes pretéritos. Creemos que en algún momento de la historia de la humanidad las cosas estaban en su justo lugar. Sin embargo, jamás lo estuvieron. Con el riesgo de parecer esencialistas, no es una desmesura afirmar que la condición humana se ofrece como algo indomable. Siglos de domesticación no lograron crear un animal previsible.
Nietzsche definía al hombre como el único animal capaz de hacer promesas; no agregó que es el único ser que las viola. Sin embargo, no le hizo falta aclararlo. Nos ha remitido en sus libros a la historia de lo que llamó “sistemas de crueldad” que consagraron dispositivos de castigo para que los mandamientos sean obedecidos.
De todos modos, no hay época en la historia que no se haya salido de cauce y que no fuera vivida por sus protagonistas como una inundación o con un sentimiento de catástrofe.
La diferencia con la actualidad es que existía la creencia en un orden posible, en una totalidad armónica, o en una redención por venir. Hoy esa creencia así como se hace se deshace, no es lo mismo creer que querer creer.
Cuando en la actualidad se asevera que el mundo se dirige a Oriente y que la China puede convertirse en un nuevo polo de poder mundial, no hacemos que más que lanzar a la atmósfera un globo aerostático a merced de los vientos. No nos permite imaginar un mundo. La crisis financiera, el calentamiento global, el agotamiento energético del planeta, la producción de vida artificial, son imágenes dispersas de posibles amenazas, de aventuras valoradas contrastadamente.
El filósofo alemán Peter Sloterdijk apuesta a que las nuevas tecnologías producirán aires de libertad. El italiano Agamben habla de pasados, presentes y futuros campos de exterminio. Toni Negri ya no sé de qué habla. Vattimo reflexiona sobre una moral caritativa. Debe ser por eso que el filósofo norteamericano Richard Rorty a pesar de esta oferta escribía que ya desde hace un siglo a nadie le importan los fundamentos filosóficos del acontecer humano.
Pero no es un problema específico de la filosofía el hecho de no ser tenida en cuenta como formadora de nuevas concepciones del mundo. Lo que no hay es un mito global. No existe una autoridad trascendente llamada Dios, Razón o Verdad, que diagrame un orden. Los hombres no perciben el mundo de acuerdo con un relato que los incluya en un sistema de creencias. Es un proceso irreversible, aunque no más catastrófico que en otras épocas de la historia. Si hubiera existido una CNN durante el Imperio Romano, o canales de noticias durante la expansión holandesa del siglo XVII, lo que hoy vemos desde la posteridad como un orden ajustado sería concebido por los hombres de aquellos tiempos como un desquicio sin solución.
No digo como Jean Baudrilllard que la vida es un simulacro y que no hay diferencia entre lo real y su imagen para un mundo-pantalla, sino que la desmesura general es un dato cotidiano de nuestra percepción, y que no tenemos narración que la contenga.
¿Hace falta un mito? Es una pregunta ociosa. Podemos apelar como lo hacen otros a una idea de un futuro gobierno mundial, a una red de minigrupos de resistencia contra los poderes imperiales, a cualquier tótem o gran hermano benévolo o diabólico, la tensión entre la voluntad de ordenar y el exceso de lo real es inevitable.
Pensemos en nuestro país. ¿Cómo pensar en proyectos sin orden futuro? ¿Puede una sociedad basarse en la improvisación, en una apuesta a suerte y verdad, en depender de la fortuna? ¿Cómo organizarnos en vistas a un futuro promisorio? Hay quienes sostienen que es necesario construir un Estado, como si no lo hubiera. Pero admitamos que se trata de un “nuevo” Estado. Ante los desajustes, los conflictos, y la parálisis de ciertas políticas, hay quienes piden convocar a todos los sectores interesados y planificar las futuras acciones en conjunto. Proponen la creación de un Consejo Nacional Agropecuario para dirimir y solucionar el problema del campo. O respecto de la salud, dicen que se necesita un plan nacional de salud. Imagino que a esto agregamos otro plan nacional de seguridad, un consejo nacional del salario y de la producción, uno de energía, de política ambiental. Es lo que se llama plan estratégico nacional. Todo un país planificado para los próximos veinte años como resultado del diálogo y la convergencia de las fuerzas vivas y de los agentes sociales más representativos.
Nos parece un punto de vista absolutamente cierto, sentido común con mayúscula. Sin plan no hay objetivos generales, sin participación no hay acción al servicio de los intereses colectivos, sin acuerdos no hay avances. Y al mismo tiempo, también nos parece imposible.
Sólo en un mundo racional y generoso todo es posible, hasta un orden dinámico parece factible. Un universo amable permite la creación de un ambiente en el que todos entienden que negociar es ceder y no sólo convencer al otro de que ceda. En este caso ideal no se trata de un orden monopolizado por la violencia de un gran poder, sino de una organización inclusiva que planifique en medio del caos, que invente y cree herramientas contra quienes quieran conservar sus ventajas. Sin embargo, en una sociedad fragmentada como la nuestra, con un virtual empate entre grupos de presión, en una comunidad que no es tal porque la desconfianza es la regla de la supervivencia, hablar de concertación, de alianzas, de frentes, de consenso, de diálogo, de encuentros, no va más allá de un clamor retórico.
Ante una situación así, ¿nos queda otra alternativa que adscribir a la consigna de aquel Mayo Francés del ’68: seamos realistas, pidamos lo imposible? Sí, la hay: seamos idealistas, tratemos de mejorar un poco.
Tomás Abraham. (www.tomasabraham.com.ar)
lunes, 14 de septiembre de 2009
Benedetti
Todos los 14 de septiembre llamábamos a Mario Benedetti. Ya no puede ser. Es un hueco grande en la amistad y en la poesía. Era un hombre tímido, suspicaz a veces, tenaz y terco, y tierno. Sus enfados podían ser enormes, pero sus reconciliaciones eran igualmente grandes. Tenía muchísima memoria, y muchísima capacidad de olvido también, lo que le hacía memorioso pero no rencoroso. Hoy hubiera sido su cumpleaños. Le gustaban los cumpleaños, recibir a los amigos, sentarse a comer en algún restaurante soleado, tomar pescado sin espinas, contar historias de lo que estuviera haciendo. Su última pasión por los haikus dieron rienda suelta al humorista que alguna vez quiso ser; con sus materiales, que incluían la ironía sobre su propia sombra, y sobre las sombras del amor y la ternura, halló en esa fórmula el modo de subrayar con palabras estados de ánimos, visiones rápidas del alma o de la realidad y del alma. Hoy se pone en marcha en Montevideo su fundación. Ojalá su actividad contribuya a llenar el enorme vacío que para muchos ha supuesto su desaparición, que hoy, en su cumpleaños, se agranda en muchos de nosotros.
Por Juan Cruz, para El País.
Por Juan Cruz, para El País.
jueves, 10 de septiembre de 2009
Teatro X la Identidad
La Asociación Abuelas de Plaza de Mayo invita este fin de semana a presenciar, por un valor de tres pesos por localidad, las siguientes piezas teatrales que se realizarán en el marco del Ciclo Teatro X la Identidad 2009:
* Viernes 11 de Septiembre se presentará la obra Bitacora 14, de Juan Vogelmann y Adriana Sosa interpretada por actores y actrices platenses. En el teatro Lido, situado en Santa fe 1751. Función: 21hs.
* Sábado 12 de Septiembre s las obras La Naturaleza de los niños de Mauro Martinez con Dirección de Blanca Caraccia y Colores de la murga estilo uruguaya " La miseria es Ilegal". Ambas estarán en la Sala Astor Piazzolla del Teatro Auditorium, Boulevard Marítimo 2280. Función: 21hs
* Domingo 13 de Septiembre las piezas Plaza Avellaneda de Enrique Fernandez con dirección de Max Rivas y Pablo Milei y El miedo de Beba Basso dirigida por Jorge Ramirez Jar. Será en el Teatro Municipal Colón, Hipólito Yrigoyen 1657. Función: 20.30hs
Si tenés dudas sobre tu identidad llamá a las Abuelas. Tel: 0223-496-3029 / 0800-222 1879 o escribinos a abuelmardel@abuelas.org.ar
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Sensación de...
Me encontré este fin de semana, con un fragmento del libro El abandono del mundo de Samuel Cabanchik, a quien tuve como profesor también, que me trajo a pensar como muchos de la clase dirigente miden las circunstancias en este hoy.
El fragmento dice lo siguiente, “hoy existir es ser actual, y esto sólo se logra participando de la imagen y del mercado. Ser es entrar como mensaje en el mercado de valores que regulan los medios masivos de comunicación. Y, debido a que el código que orienta este mercado es el de la imagen, la palabra se subordina a ella como un rumor que la comenta y duplica”.
Quiero decir que, pareciera que el existir de los problemas a resolver hoy, está sólo en aparecer en los medios de comunicación. Y si es mediante imágenes, mejor. Y si no aparece el problema, al menos algunas repercusiones a favor o en contra, no importa, le dará entidad.
Nos quedamos, o se quedan, enredados en retóricas diarias, cuando la realidad está pidiendo otra cosa. Esa realidad que está frente a nosotros y que si no aparece en los medios no existiría, hoy es suplantada por los dichos de aquellos que deberían intentar modificarla.
Se pasó de la política práctica buscando el bien común, a la del lenguaje. A la de las repercusiones. Ya ni siquiera importa el problema en sí. Basta hablar de ello. Mientras aparezca, alcanza.
La realidad está librando una batalla con lo que captan nuestros sentidos. Para muchos, con sólo hablar del tema es suficiente, el resto no importa.
Por esto es que todo pasa por la sensación. Tenemos sensación de inseguridad. Tenemos la sensación de que hay inflación. También tenemos la sensación sobre alguien, que nos quiere engañar con su discurso, entre las tantas que tenemos por día.
Por lo que vemos a diario, también ahora tenemos la sensación de una dirigencia política, que está haciendo algo para cambiar algunas circunstancias. Pero con
repercusiones verbales no alcanza. Está visto y probado en este hoy que nos toca.
Bernabé Tolosa
El fragmento dice lo siguiente, “hoy existir es ser actual, y esto sólo se logra participando de la imagen y del mercado. Ser es entrar como mensaje en el mercado de valores que regulan los medios masivos de comunicación. Y, debido a que el código que orienta este mercado es el de la imagen, la palabra se subordina a ella como un rumor que la comenta y duplica”.
Quiero decir que, pareciera que el existir de los problemas a resolver hoy, está sólo en aparecer en los medios de comunicación. Y si es mediante imágenes, mejor. Y si no aparece el problema, al menos algunas repercusiones a favor o en contra, no importa, le dará entidad.
Nos quedamos, o se quedan, enredados en retóricas diarias, cuando la realidad está pidiendo otra cosa. Esa realidad que está frente a nosotros y que si no aparece en los medios no existiría, hoy es suplantada por los dichos de aquellos que deberían intentar modificarla.
Se pasó de la política práctica buscando el bien común, a la del lenguaje. A la de las repercusiones. Ya ni siquiera importa el problema en sí. Basta hablar de ello. Mientras aparezca, alcanza.
La realidad está librando una batalla con lo que captan nuestros sentidos. Para muchos, con sólo hablar del tema es suficiente, el resto no importa.
Por esto es que todo pasa por la sensación. Tenemos sensación de inseguridad. Tenemos la sensación de que hay inflación. También tenemos la sensación sobre alguien, que nos quiere engañar con su discurso, entre las tantas que tenemos por día.
Por lo que vemos a diario, también ahora tenemos la sensación de una dirigencia política, que está haciendo algo para cambiar algunas circunstancias. Pero con
repercusiones verbales no alcanza. Está visto y probado en este hoy que nos toca.
Bernabé Tolosa
lunes, 7 de septiembre de 2009
Semana 36
Pasa cada cosa. No sólo aquí. En Japón la flamante primera dama aseguró (sic) que su alma viajó a Venus en un ovni triangular. Pero a nosotros ¡Nos pasa cada cosa!
El lunes sólo entraron 33 vacas a Liniers. El martes Buzzi calificó a Scioli de felpudo de Néstor. El miércoles Minujin presentó sus quintillizos "tenidos" con el Obelisco. El jueves se supo de "fiestas rosas" que hacían cinco oficiales (tres masculinos, dos femeninos) en el Museo Policial de Mendoza. El viernes va Maradona y no se le ocurre otra estrategia contra Dunga que ir a pedirle a Dios lo ayude con Su Mano. El sábado la última medición de la encuesta sobre corrupción que realiza desde hace una década la universidad de Belgrano, cortó el hipo de muchos: un 44 por ciento afirma que "sería corrupto una sola vez al menos, aunque sin dañar a otro".
Quedaba consolarse con la victoria "celestial" de la selección. Pero no. Einstein dijo que Dios no juega a los dados. Pero que de fútbol sabe y que "no se vende" lo supimos anoche. Estas fueron mini noticias escapadas de la marmita de la historia menuda. La grande (y contrahecha por nosotros) jadea anoréxica, muda, estéril. Como nuestra selección y la mayoría de nosotros. Salvando excluidos, inválidos y niños, quienes pasamos por incluidos "somos de cuarta".
No damos pie con bola. Con ninguna. De La Quiaca a Lapataia se extiende un campo minado por nosotros mismos. Seguimos con la historia en el cepo. Pasado sin sincerar. Presente bipolar. Futuro en cero absoluto. No hay diálogo porque el léxico oficial no coincide con el diccionario. "Justicia" no es justicia. Sobran preguntas "de cajón" sin que comisión alguna del Senado o Diputados se dedique a descularlas noche y día.
Megas porqués a tamaño descalabro caen de punta y rebotan sin ser oídos en los techos tortuga de los despachos oficiales. ¿Influye que habitemos sobre el yacimiento de dinosaurios más grande del planeta? ¿Qué lleva a dejar que todo quede como está, aunque duela? ¿Cómo es que 40 palos gente opten por estar "quedados" y abandonen sus destinos a los "sacados" de turno? ¿A qué se debe que ser argentino es rumiar penas, apagar el corazón y sobrevivir en estado de latencia?.
Cada nueva semana aumenta el stock de dudas, miedos, chicanas, promesas, tejemanejes, quiebres, rapiña, empaque, soberbia, votos burlados y descarada usurpación del poder. Y lo que es más perverso, arraiga (¡hasta convertirse en costumbre!) la indiferencia por los que al perder los botes de nuestros últimos Titanics quedaron fuera del espejo.¿Cómo hará la nueva generación para sacudirse tantos fósiles de encima?.
“No más realidad. Quiero promesas” grita un graffiti porteño. Y un aviso digital anuncia bicoca inmobiliaria: "Ofrécese monumental edifico céntrico vista al río, flamante enrejado metálico de seguridad feudal, cincuenta despachos, museo, patio de bustos, comedores, patio de palmeras, helipuerto de emergencia, rincones para tramoyas, serruchado de pisos y pases de sobres. Tratar: Balcarce 50" Es anuncio para despistados. A donde hay que ir a tratar es al Congreso. Portando una cacerola obsoleta reciben enseguida.
Por Esteban Peicovich, especial para www.perfil.com
El lunes sólo entraron 33 vacas a Liniers. El martes Buzzi calificó a Scioli de felpudo de Néstor. El miércoles Minujin presentó sus quintillizos "tenidos" con el Obelisco. El jueves se supo de "fiestas rosas" que hacían cinco oficiales (tres masculinos, dos femeninos) en el Museo Policial de Mendoza. El viernes va Maradona y no se le ocurre otra estrategia contra Dunga que ir a pedirle a Dios lo ayude con Su Mano. El sábado la última medición de la encuesta sobre corrupción que realiza desde hace una década la universidad de Belgrano, cortó el hipo de muchos: un 44 por ciento afirma que "sería corrupto una sola vez al menos, aunque sin dañar a otro".
Quedaba consolarse con la victoria "celestial" de la selección. Pero no. Einstein dijo que Dios no juega a los dados. Pero que de fútbol sabe y que "no se vende" lo supimos anoche. Estas fueron mini noticias escapadas de la marmita de la historia menuda. La grande (y contrahecha por nosotros) jadea anoréxica, muda, estéril. Como nuestra selección y la mayoría de nosotros. Salvando excluidos, inválidos y niños, quienes pasamos por incluidos "somos de cuarta".
No damos pie con bola. Con ninguna. De La Quiaca a Lapataia se extiende un campo minado por nosotros mismos. Seguimos con la historia en el cepo. Pasado sin sincerar. Presente bipolar. Futuro en cero absoluto. No hay diálogo porque el léxico oficial no coincide con el diccionario. "Justicia" no es justicia. Sobran preguntas "de cajón" sin que comisión alguna del Senado o Diputados se dedique a descularlas noche y día.
Megas porqués a tamaño descalabro caen de punta y rebotan sin ser oídos en los techos tortuga de los despachos oficiales. ¿Influye que habitemos sobre el yacimiento de dinosaurios más grande del planeta? ¿Qué lleva a dejar que todo quede como está, aunque duela? ¿Cómo es que 40 palos gente opten por estar "quedados" y abandonen sus destinos a los "sacados" de turno? ¿A qué se debe que ser argentino es rumiar penas, apagar el corazón y sobrevivir en estado de latencia?.
Cada nueva semana aumenta el stock de dudas, miedos, chicanas, promesas, tejemanejes, quiebres, rapiña, empaque, soberbia, votos burlados y descarada usurpación del poder. Y lo que es más perverso, arraiga (¡hasta convertirse en costumbre!) la indiferencia por los que al perder los botes de nuestros últimos Titanics quedaron fuera del espejo.¿Cómo hará la nueva generación para sacudirse tantos fósiles de encima?.
“No más realidad. Quiero promesas” grita un graffiti porteño. Y un aviso digital anuncia bicoca inmobiliaria: "Ofrécese monumental edifico céntrico vista al río, flamante enrejado metálico de seguridad feudal, cincuenta despachos, museo, patio de bustos, comedores, patio de palmeras, helipuerto de emergencia, rincones para tramoyas, serruchado de pisos y pases de sobres. Tratar: Balcarce 50" Es anuncio para despistados. A donde hay que ir a tratar es al Congreso. Portando una cacerola obsoleta reciben enseguida.
Por Esteban Peicovich, especial para www.perfil.com
Escrúpulos
Cuando empecé a trabajar en periodismo, no se hablaba de comunicación. Hace de esto tantos años que no quiero ni contarlos, pero diré que empecé a trabajar en periodismo en plena dictadura. Había salido del secundario con la firme idea de ser socióloga; ser periodista ni se me ocurría. No podía ocurrírseme. El periodismo era en ese entonces básicamente gráfico y terrible. Lo más vistoso que había era la Editorial Atlántida. La de la Gente de “Nos equivocamos” y la de Para Ti que instaba a sus lectoras a mandar a Europa las postales de “somos derechos y humanos”.
¿Qué periodismo se podía hacer en dictadura? ¿Cómo a alguien con un poco de ánimo de cambio podía interesarle trabajar “de eso”? Las vocaciones sociales no desembocaban en el periodismo. Sin embargo, los medios ya me fascinaban aunque no me diera cuenta. Y empecé a participar de ellos no del lado del periodista, sino del lado del lector. Fui una adolescente trastornada que no paraba de mandar cartas de lectores; también mandaba cartas con preguntas y reclamos.
A los catorce me había incorporado al periódico mural El Hornero, del colegio Eduardo L. Holmberg de Quilmes (era nada más que un pizarrón con cartulinas pegadas), y desde allí comencé a pivotear una vocación que era extraña para mí. Quería comunicarme. Lo primero que hice fue mandarle una carta al presidente, por entonces el general Juan Carlos Onganía, pidiéndole que recuperara las Islas Malvinas.
Mi vieja me despertó quince días después a los gritos. Había llegado a casa una carta con membrete de Presidencia. Un vocero me agradecía mi preocupación patriótica por nuestros derechos sobre las islas, y me daba algunos detalles sobre avances diplomáticos. Me convertí en la redactora estrella del periódico El Hornero.
También les mandé una carta a Los Cables Pelados, que eran una banda precursora de Menudo y que a mí me gustaba, y otra a René Sallas, que era jefa de redacción de la revista Gente. En mi casa se compraba Gente, así que yo leía las notas de Renée Sallas. Fue muy amable en su respuesta. A mí me había impactado una crónica en la que dos redactores salieron una Nochebuena disfrazados de José y María, a ver cómo se trataba a una embarazada y a su marido sin techo un día de Navidad. El más puro estilo Chiche Gelblung, naturalmente. Una escuela periodística.
Cuando no se tienen parámetros ni hay debates públicos sobre determinados temas, uno no tiene posición. No había debates sobre periodismo, uno no tenía elementos para saber qué tipo de periodismo le gustaba o consumía. Ni siquiera sé si los que ejercían el periodismo en aquel tiempo tenían conciencia de lo que hacían. No políticamente, claro, sino técnicamente. Había muy pocos elementos para evaluar ese tipo de cosas. Recuerdo que en Gente a veces leía casos policiales resonantes, y ya entonces me provocaba rechazo que los redactores fueran narradores omniscientes que se atrevían a escribir los pensamientos de la víctima de un crimen justo antes de morir. No sólo lo recuerdo. Me quedó estampado en la cabeza como un límite traspuesto, como una licencia exasperante, como una hilacha que me hacía sospechar de absolutamente toda la información que contenía la nota.
Ahora aquella escuela periodística me parece aberrante. Es la misma escuela que acaba de perjudicar brutalmente a una anciana que se prostituye, por violar el pacto de confidencialidad que había establecido la cronista con la entrevistada. Lo detalló en su nota Mariana Carbajal. La charla era sin cámaras. La cronista del programa de Gelblung lo grabó y lo emitió. La familia de la anciana se enteró de ese modo de que ella se prostituía. Un drama desatado por la intervención del periodismo para capturar sensaciones muy fuertes. No importa cómo se capturen. El periodismo al servicio del espectáculo. Más emparentado con el teatro de revistas que con el barro de lo humano, con lo urgente, lo dolorido.
Después, ya experimentada como redactora de cartas de lectores, mandé a los diecinueve una carta al Expreso Imaginario, y allí comenzó otra historia. Faltaban muchos años para que hubiera carrera de Ciencias de la Comunicación. Cuando la cursé, ya llevaba trabajando en periodismo muchos años. Pero fue como empezar de nuevo. Porque pude organizar muchas ideas que había ido acumulando con los años de práctica. Recién entonces pude incluso explicarme a mí misma qué me interesa de este trabajo, por qué me atrae y cuál es mi propia ética al respecto.
Ahora los medios audiovisuales están desenmascarando un rol muy diferente al de aquel viejo cuarto poder que reflejó la influencia de la gráfica. Ese rol tuvo su apogeo mundial con el Watergate, y al Washington Post como icono de libertad de expresión. Como señal de caída de una época, puede tomarse el escándalo de hace dos meses, cuando la directora del Washington Post debió renunciar después de que se revelara que organizaba cenas en su propia casa a veinte mil dólares el cubierto. Un obsceno tráfico de influencias.
Ahora, con los medios electrónicos globalizados, la videopolítica construye sentidos tan rápida y eficazmente, que las Ciencias Políticas están a su vez incorporando nociones de Comunicación para poder desentrañar conductas colectivas. En la redacción de Humor conocí a un viejo zorro periodístico que había trabajado muchos años en Crónica. Me contó la leyenda de un fotógrafo que llevaba en su maletín un par de escarpines. Si le tocaba fotografiar un accidente de tránsito, ponía los escarpines fuera de foco para darle más dramatismo a la toma. Es la escuela de María y José en la Nochebuena, la de la prostituta anciana traicionada por alguien sin escrúpulos. Y finalmente de eso se trata todo este asunto del periodismo. A veces creo que antes, que ahora, que en gráfica, en televisión, en radio, hay básicamente dos tipos de periodistas. Los que tratan de darle atractivo a lo que cuentan, sabiendo todo lo posible acerca de aquello de lo que hablan, y dejando en claro cuáles son los hechos y cuál su opinión sobre los hechos, y los que llevan escarpines en la maleta.
Por Sandra Russo, para Página 12
¿Qué periodismo se podía hacer en dictadura? ¿Cómo a alguien con un poco de ánimo de cambio podía interesarle trabajar “de eso”? Las vocaciones sociales no desembocaban en el periodismo. Sin embargo, los medios ya me fascinaban aunque no me diera cuenta. Y empecé a participar de ellos no del lado del periodista, sino del lado del lector. Fui una adolescente trastornada que no paraba de mandar cartas de lectores; también mandaba cartas con preguntas y reclamos.
A los catorce me había incorporado al periódico mural El Hornero, del colegio Eduardo L. Holmberg de Quilmes (era nada más que un pizarrón con cartulinas pegadas), y desde allí comencé a pivotear una vocación que era extraña para mí. Quería comunicarme. Lo primero que hice fue mandarle una carta al presidente, por entonces el general Juan Carlos Onganía, pidiéndole que recuperara las Islas Malvinas.
Mi vieja me despertó quince días después a los gritos. Había llegado a casa una carta con membrete de Presidencia. Un vocero me agradecía mi preocupación patriótica por nuestros derechos sobre las islas, y me daba algunos detalles sobre avances diplomáticos. Me convertí en la redactora estrella del periódico El Hornero.
También les mandé una carta a Los Cables Pelados, que eran una banda precursora de Menudo y que a mí me gustaba, y otra a René Sallas, que era jefa de redacción de la revista Gente. En mi casa se compraba Gente, así que yo leía las notas de Renée Sallas. Fue muy amable en su respuesta. A mí me había impactado una crónica en la que dos redactores salieron una Nochebuena disfrazados de José y María, a ver cómo se trataba a una embarazada y a su marido sin techo un día de Navidad. El más puro estilo Chiche Gelblung, naturalmente. Una escuela periodística.
Cuando no se tienen parámetros ni hay debates públicos sobre determinados temas, uno no tiene posición. No había debates sobre periodismo, uno no tenía elementos para saber qué tipo de periodismo le gustaba o consumía. Ni siquiera sé si los que ejercían el periodismo en aquel tiempo tenían conciencia de lo que hacían. No políticamente, claro, sino técnicamente. Había muy pocos elementos para evaluar ese tipo de cosas. Recuerdo que en Gente a veces leía casos policiales resonantes, y ya entonces me provocaba rechazo que los redactores fueran narradores omniscientes que se atrevían a escribir los pensamientos de la víctima de un crimen justo antes de morir. No sólo lo recuerdo. Me quedó estampado en la cabeza como un límite traspuesto, como una licencia exasperante, como una hilacha que me hacía sospechar de absolutamente toda la información que contenía la nota.
Ahora aquella escuela periodística me parece aberrante. Es la misma escuela que acaba de perjudicar brutalmente a una anciana que se prostituye, por violar el pacto de confidencialidad que había establecido la cronista con la entrevistada. Lo detalló en su nota Mariana Carbajal. La charla era sin cámaras. La cronista del programa de Gelblung lo grabó y lo emitió. La familia de la anciana se enteró de ese modo de que ella se prostituía. Un drama desatado por la intervención del periodismo para capturar sensaciones muy fuertes. No importa cómo se capturen. El periodismo al servicio del espectáculo. Más emparentado con el teatro de revistas que con el barro de lo humano, con lo urgente, lo dolorido.
Después, ya experimentada como redactora de cartas de lectores, mandé a los diecinueve una carta al Expreso Imaginario, y allí comenzó otra historia. Faltaban muchos años para que hubiera carrera de Ciencias de la Comunicación. Cuando la cursé, ya llevaba trabajando en periodismo muchos años. Pero fue como empezar de nuevo. Porque pude organizar muchas ideas que había ido acumulando con los años de práctica. Recién entonces pude incluso explicarme a mí misma qué me interesa de este trabajo, por qué me atrae y cuál es mi propia ética al respecto.
Ahora los medios audiovisuales están desenmascarando un rol muy diferente al de aquel viejo cuarto poder que reflejó la influencia de la gráfica. Ese rol tuvo su apogeo mundial con el Watergate, y al Washington Post como icono de libertad de expresión. Como señal de caída de una época, puede tomarse el escándalo de hace dos meses, cuando la directora del Washington Post debió renunciar después de que se revelara que organizaba cenas en su propia casa a veinte mil dólares el cubierto. Un obsceno tráfico de influencias.
Ahora, con los medios electrónicos globalizados, la videopolítica construye sentidos tan rápida y eficazmente, que las Ciencias Políticas están a su vez incorporando nociones de Comunicación para poder desentrañar conductas colectivas. En la redacción de Humor conocí a un viejo zorro periodístico que había trabajado muchos años en Crónica. Me contó la leyenda de un fotógrafo que llevaba en su maletín un par de escarpines. Si le tocaba fotografiar un accidente de tránsito, ponía los escarpines fuera de foco para darle más dramatismo a la toma. Es la escuela de María y José en la Nochebuena, la de la prostituta anciana traicionada por alguien sin escrúpulos. Y finalmente de eso se trata todo este asunto del periodismo. A veces creo que antes, que ahora, que en gráfica, en televisión, en radio, hay básicamente dos tipos de periodistas. Los que tratan de darle atractivo a lo que cuentan, sabiendo todo lo posible acerca de aquello de lo que hablan, y dejando en claro cuáles son los hechos y cuál su opinión sobre los hechos, y los que llevan escarpines en la maleta.
Por Sandra Russo, para Página 12
jueves, 3 de septiembre de 2009
69 años del maestro Eduardo Galeano
El autor de Las venas abiertas festeja hoy sus 69 años. Eduardo Galeano empezó a nacer el 3 de setiembre de 1940, en Montevideo, y desde ese día sigue naciendo de asombro en asombro, como un niño que no se cansa de trepar las ramas del árbol de la vida.
Eduardo Galeano cuenta la historia desde el punto de vista de los olvidados, ya sean los hombres y mujeres desnudos de la Indias que el 12 de octubre de 1492 descubrieron el capitalismo y se convirtieron en las víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, o los que tienen que respirar salteado para poder sobrevivir en un mundo que desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. No es difícil encontrar a Galeano, siempre está del lado de los solos, de los perdedores, de los que corren descalzos sobre vidrios tras el pan ajeno de cada día nuestro, de los hijos de nadie y los dueños de nada, los que cuestan menos que la bala que los mata.
No da respuestas: ayuda, como los verdaderos maestros, a formular claramente las verdaderas preguntas que ramifican y multiplican alimentando la incesante curiosidad del que las lee. Sus textos son la caja de resonancia de los obligados a callar; no otro fue el cometido que se propuso con la revista Crisis, que dirigió en la década del 70, y en la que colaboraron, entre otros, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Julio Cortázar y Paco Urondo: la revista cultural de mayor venta en toda la lengua española.
Una constante en su vida, y en sus escritos –correspondencia infrecuente en el mundo de la literatura, por no hablar del mundo, a secas–, es la osadía con que generosamente defiende sus ideas allí donde esté. Un disidente de todos los dogmas, un desobediente de todas las disciplinas, un excomulgado por todas las ortodoxias, un hereje de la religión de mercado sostenida por la dictadura del miedo –miedo de ver cómo somos, miedo de imaginar cómo podríamos ser. Enemigo de todas la dictaduras que desangraron nuestros países, y del sistema globalizador que tiene el alma gangrenada de codicia y transpira injusticia por todos los poros. Su osadía no tiene que ver con el ciego coraje de los aventureros sino con el humor de quien vive jugando a estar vivo.
Eduardo Galeano se ríe de esos plumíferos clasificadores que cobran sueldo de críticos y que, lupa en mano, se preguntan en qué casillero caben esos textos: literatura, periodismo, historia, sociología, poesía. Su mano se mueve libre como un pájaro sin jaula y vuela dibujando en el aire las más secretas verdades escritas en el corazón de la tierra, viajando por los misteriosos caminos de la palabra y la imaginación.
Es uno de los más cautivantes contadores de historias de la literatura contemporánea. Se pueden leer una y mil veces los textos de Galeano, y nunca se encontrará una palabra de más. Jamás dijo cuando el silencio decía mejor. Lección aprendida de su maestro Juan Carlos Onetti quien, citando mentirosamente un proverbio chino, decía “que las palabras que valen la pena son las palabras mejores que el silencio”. También reconoció el magisterio verbal de Juan Rulfo. “Maestro de la palabra desnuda. Gran escritor y gran tipo. Me enseñó que se escribe con la otra punta del lápiz, no con el grafito, sino con la goma”. El silencio pule como el agua la piedra de su lenguaje, tallándolo de manera inconfundible, llegando al hueso limpio de la palabra, abriendo las puertas más secretas del alma del lector. Tiene, como pocos, un sutil comercio con esa magia. No en vano abracadabra es una de sus palabras favoritas. “Envía tu fuego hasta el final, ese es su significado”, aclara. Escribe para juntar los pedazos rotos del espejo de la historia humana, haciendo visible lo invisible, desafiando lo imposible. Y para lograr que el pasado vuelva a ocurrir, como si la Historia fuera una madre que nos cuenta la vida desde el principio.
“Yo nací y crecí bajo las estrellas de la Cruz del Sur. Vaya donde vaya, ellas me persiguen. Bajo la Cruz del Sur, cruz de fulgores, yo voy viviendo las estaciones de mi suerte. No tengo ningún dios. Si lo tuviera, le pediría que no me deje llegar a la muerte: no todavía. Mucho me falta andar. Hay lunas a las que todavía no ladré y soles en los que todavía no me incendié. Todavía no me sumergí en todos los mares de este mundo, que dicen que son siete, ni en todos los ríos del Paraíso, que dicen que son cuatro. En Montevideo hay un niño que explica: ‘Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre’”.
Fuente: www.elargentino.com
Eduardo Galeano cuenta la historia desde el punto de vista de los olvidados, ya sean los hombres y mujeres desnudos de la Indias que el 12 de octubre de 1492 descubrieron el capitalismo y se convirtieron en las víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, o los que tienen que respirar salteado para poder sobrevivir en un mundo que desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. No es difícil encontrar a Galeano, siempre está del lado de los solos, de los perdedores, de los que corren descalzos sobre vidrios tras el pan ajeno de cada día nuestro, de los hijos de nadie y los dueños de nada, los que cuestan menos que la bala que los mata.
No da respuestas: ayuda, como los verdaderos maestros, a formular claramente las verdaderas preguntas que ramifican y multiplican alimentando la incesante curiosidad del que las lee. Sus textos son la caja de resonancia de los obligados a callar; no otro fue el cometido que se propuso con la revista Crisis, que dirigió en la década del 70, y en la que colaboraron, entre otros, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Julio Cortázar y Paco Urondo: la revista cultural de mayor venta en toda la lengua española.
Una constante en su vida, y en sus escritos –correspondencia infrecuente en el mundo de la literatura, por no hablar del mundo, a secas–, es la osadía con que generosamente defiende sus ideas allí donde esté. Un disidente de todos los dogmas, un desobediente de todas las disciplinas, un excomulgado por todas las ortodoxias, un hereje de la religión de mercado sostenida por la dictadura del miedo –miedo de ver cómo somos, miedo de imaginar cómo podríamos ser. Enemigo de todas la dictaduras que desangraron nuestros países, y del sistema globalizador que tiene el alma gangrenada de codicia y transpira injusticia por todos los poros. Su osadía no tiene que ver con el ciego coraje de los aventureros sino con el humor de quien vive jugando a estar vivo.
Eduardo Galeano se ríe de esos plumíferos clasificadores que cobran sueldo de críticos y que, lupa en mano, se preguntan en qué casillero caben esos textos: literatura, periodismo, historia, sociología, poesía. Su mano se mueve libre como un pájaro sin jaula y vuela dibujando en el aire las más secretas verdades escritas en el corazón de la tierra, viajando por los misteriosos caminos de la palabra y la imaginación.
Es uno de los más cautivantes contadores de historias de la literatura contemporánea. Se pueden leer una y mil veces los textos de Galeano, y nunca se encontrará una palabra de más. Jamás dijo cuando el silencio decía mejor. Lección aprendida de su maestro Juan Carlos Onetti quien, citando mentirosamente un proverbio chino, decía “que las palabras que valen la pena son las palabras mejores que el silencio”. También reconoció el magisterio verbal de Juan Rulfo. “Maestro de la palabra desnuda. Gran escritor y gran tipo. Me enseñó que se escribe con la otra punta del lápiz, no con el grafito, sino con la goma”. El silencio pule como el agua la piedra de su lenguaje, tallándolo de manera inconfundible, llegando al hueso limpio de la palabra, abriendo las puertas más secretas del alma del lector. Tiene, como pocos, un sutil comercio con esa magia. No en vano abracadabra es una de sus palabras favoritas. “Envía tu fuego hasta el final, ese es su significado”, aclara. Escribe para juntar los pedazos rotos del espejo de la historia humana, haciendo visible lo invisible, desafiando lo imposible. Y para lograr que el pasado vuelva a ocurrir, como si la Historia fuera una madre que nos cuenta la vida desde el principio.
“Yo nací y crecí bajo las estrellas de la Cruz del Sur. Vaya donde vaya, ellas me persiguen. Bajo la Cruz del Sur, cruz de fulgores, yo voy viviendo las estaciones de mi suerte. No tengo ningún dios. Si lo tuviera, le pediría que no me deje llegar a la muerte: no todavía. Mucho me falta andar. Hay lunas a las que todavía no ladré y soles en los que todavía no me incendié. Todavía no me sumergí en todos los mares de este mundo, que dicen que son siete, ni en todos los ríos del Paraíso, que dicen que son cuatro. En Montevideo hay un niño que explica: ‘Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre’”.
Fuente: www.elargentino.com
miércoles, 2 de septiembre de 2009
El adiós del blog de Saramago
Se despide José Saramago de su blog. Cuando acaba un blog de esta envergadura se produce un vacío en el aire, nunca mejor dicho. El aire está ahora lleno de palabras; vienen por el aire, se van con el aire. Se necesita peso. Saramago tiene peso. Busquemos peso en la vida; decía Jorge Guillén que el aire es lo que pesa. Peso en el aire. Palabras con el peso del aire. Busquemos eso.
Fuente: Juan Cruz, desde su blog en el diario El País
martes, 1 de septiembre de 2009
Una felicidad de cartón
Hace un tiempo me convocaron para que eligiera y describiera mi juguete preferido. De cuando era chico, claro. Y elegí, acaso pobremente, las figuritas. Las figuritas de cartón con las caritas de los jugadores de los equipos de fútbol de Primera, se entiende. Yo fui pibe y llené o traté de llenar álbumes en los años cincuenta, hace mucho. Y nada me apasionó tanto, me ilusionó, me sacó, me perdió más que esos cartoncitos. Es que por las figuritas conocí la ocasional felicidad pero también el descontrol, la ansiedad y el vértigo. Inauguré sentimientos inusitados: la impotencia, la envidia y el deseo irrefrenable de posesión que me llevaron al delito –el pecado, entonces– por primera y no promisoria vez. Las figuritas eran la pasión en estado puro.
El uso y disfrute de las figuritas no se puede comparar con el de otros juguetes de uso puntual y sostenido en las largas jornadas al aire libre de entonces: la pelota –de trapo, la Pulpo de goma o la excepcional de cuero, número tres– con la que rompíamos zapatos Gomicuer o zapatillas Pampero y Llavetex; los revólveres tipo Colt, de ineficaz cebita, para jugar a “los combóys” y disparar verbalmente o apuntar diciendo “camón” como en las películas de Randolph Scott; o los berretísimos autitos de plástico tipo TC “para preparar”, rellenándolos de masilla y con gomitas que oficiaban de amortiguadores y con los que corríamos grandes premios (éramos Gálvez, Ciani, Logulo, Navone, Menditeguy) por el cordón de la vereda, sin las ruedas delanteras, sustituidas por una cucharita deslizadora....
Las figuritas eran otra cosa. Había extrañamente –como en el caso de la bolita– un “tiempo de las figuritas”, en que aparecían repentinamente en el kiosco y en nuestras vidas primarias y nos enfermaban supongo que durante un par de meses o algo más. Se compraban en paquetitos que traían –creo recordar– cinco diferentes. Nuestros padres ya las habían coleccionado en su momento, hasta los años treinta más o menos, cuando salían con los chocolatines Aguila u otros. Pero en aquellos años cincuenta ya eran un objeto en sí, una mercancía autónoma con marca. La primera que recuerdo es Starosta. Tanto es así que al principio –al menos en el léxico de mi vieja, que era la que las financiaba– “estarostas” (sic) era sinónimo de “figuritas”. Como la Gillette (“yilé”) lo era de hojita de afeitar o la Gomina de fijador de pelo.
Las figuritas de entonces eran redondas, de cartón duro, y el álbum que debíamos llenar para poder canjearlo por una pelota número cinco era, por lo general, apaisado, con un equipo por página, empezando por los más populares. Y había más de once por equipo: titulares y algunos (pocos) suplentes. Las pegábamos con engrudo –harina y agua– y con el correr de las semanas el álbum engrosaba, ciertos desbordes o enchastres provocaban pegatinas indeseables.
Comprábamos figuritas y nos las jugábamos en la vereda, en casa y en los recreos de la escuela –había varios juegos: al puchero, a arrimar, al espejito– pero siempre apostando con las repetidas, porque no era sólo cuestión de tener muchas, como con las bolitas, sino un modo de ir completando la colección. Por eso, sobre todo las canjeábamos. Entre amigos o encarando a desconocidos al pie del kiosco: “¿Tenés figu? Te cambio”. Y uno las iba pasando mientras el otro decía, como en una letanía: “La tengo, la tengo, la tengo”, hasta que de pronto interrumpía: “Esa no”. Y ahí cambiábamos. Mano a mano o varias o muchas por una “difícil”. Lo interesante es que había un valor de cambio que nada tenía que ver con la importancia y popularidad de los jugadores. Labruna o Musimessi o Grillo podían ser “comunes” pero al cuatro de Tigre no lo tenía nadie. Era “la que me falta”; y por lo general, cuando terminaba misteriosamente el tiempo de las figuritas, nos quedábamos con ese vacío en el álbum y en el corazón.
Recuerdo haber llenado el álbum una sola vez. Fue en Mar del Plata, hacia 1956, supongo: a los once años canjeé mi álbum lleno por la ahuevada pelota sin marca reconocible pero “superball” (ya se inflaba con pico) eternamente amenazada –y finalmente ajusticiada– por los ominosos colectivos que subían y bajaban por Luro e Independencia.
En la carrera por completar el álbum el poder adquisitivo era fundamental y había quiénes –garcas privilegiados– se compraban o les regalaban “una caja” –“traen muchas repetidas” nos consolábamos como “la zorra” mientras la mayoría aspirábamos a rajuñar las monedas de los vueltos para comprar un paquetito como premio por un “mandado”. Pero a veces, sobre todo de muy chicos, la pasión y el deseo nos cegaban. No estábamos preparados para asumir las crudas reglas de la desigualdad económica–.
Así, recuerdo que la única literal paliza que me dio mi viejo antes de los diez años (y es inolvidable porque fue la primera de dos puntuales) fue por afanar plata para comprar figuritas. Tendría siete años, vivíamos en Lobería y no era una buena época en mi casa. Estábamos todos alterados. Me acuerdo todavía hoy. Debe haber sido en el ’53, porque jugaban Colman y Otero de “backs” en Boca.
A fines de los años setenta, ya con más de treinta, volví a comprar y coleccionar figuritas con mis hijos chicos. Me entusiasmaba yo tanto como ellos. Ahora solían llamarse “figus” o “cromos”, eran autoadhesivas, a veces de origen español y abarcaban rubros más amplios e internacionales. Estaban mejor impresas que aquellas berretadas fuera de registro de mi infancia.
Pero no me van a comparar.
Fuente: Por Juan Sasturain, para Página 12
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