Las personas con discapacidad tienen que enfrentarse a numerosas barreras para poder insertarse de manera competitiva en el mercado: prejuicio social, problemas de accesibilidad, un sistema educativo que no las contempla y empresas que no están preparadas para recibirlas.
Un obstáculo más grande a cada paso. Todos los días, una prueba más difícil para superar. Una ciudad que no los contempla desde su arquitectura y transporte público, un sistema educativo que los expulsa, un mercado laboral que no se ajusta a sus posibilidades, un Estado que no genera las políticas públicas necesarias para acompañarlos y una sociedad que les da la espalda. Como corolario, las personas con discapacidad están sospechadas de no ser buenos profesionales. Y en la mayoría de los casos esta afirmación es cierta. No porque no puedan llegar a serlo, sino porque las condiciones sociales no están dadas para que siquiera puedan intentarlo. Sin embargo, y contra todos los pronósticos, algunos se abren camino en el mercado laboral y prueban que -con los apoyos necesarios- es posible.
Según datos de la Encuesta Nacional de Personas con Discapacidad (ENDI) de 2005, una de cada 3 personas con discapacidad no ha accedido al umbral mínimo de educación, el 9% no sabe leer o escribir y sólo el 17,8% terminó sus estudios secundarios. No llama la atención, entonces, que las cifras oficiales indiquen que el 68,4% de esta población se encuentra inactiva mientras que el 4,7% está desocupada, o sea, sin posibilidad de conseguir un empleo.
Los números son mucho más escalofriantes, si se toman las estimaciones de las ONG que trabajan por la integración laboral de personas con discapacidad. Estas sostienen que más del 70% de esta población está desempleada involuntariamente; esto quiere decir sin oportunidades genuinas de integración laboral.
"Los chicos con discapacidad no están en la Universidad porque no terminan el secundario. Mandarlos a estudiar genera muchos gastos y como la mayoría de las personas con discapacidad son pobres, se les complica aún más. También hay que derribar muchas barreras culturales de los padres y de las propias personas con discapacidad que no tienen fe en sí mismos", sostiene Beatriz Pellizari, directora de La Usina, ONG dedicada a promover un cambio de actitud con respecto a la discapacidad, para generar el ejercicio de una ciudadanía activa.
En los hechos son muy pocas las personas con discapacidad que logran insertarse laboralmente. Y si lo hacen, en general desempeñan tareas operativas -como data entry o telemarketing-, muchas veces teniendo que sacrificar el título universitario que tanto les costó conseguir.
Verónica González es ciega, tiene 29 años y una seguridad que en forma de remolino intenta derribar hasta las barreras sociales más indestructibles. No va a renunciar a su deseo de ejercer su profesión de periodista y de mostrarle a todos su manera de ver el mundo.
A los 3 años empezó en un jardín común con una maestra integradora, en 5° grado sabía manejarse sola por medio de una máquina de escribir y estudiaba con los libros que pasaba a braille. En la escuela secundaria empezó a estudiar paralelamente computación, y ahí se dio cuenta de que quería dedicarse a eso.
"Quise ir al ITBA, pero me dijeron que no iba a poder hacer la carrera. En la UADE no tuve ningún problema, pero tampoco hicieron nada para integrarme. Me recibí de licenciada en Informática, pero siento que mi paso por la Universidad no les cambió la cabeza en nada", dice con resignación.
Verónica dedicó muchos años de su vida a capacitarse y pasó por una gran variedad de empleos. Trabajó durante mucho tiempo en Telefónica revisando las facturas en braille de los abonados ciegos y luego pasó al área de reclamos donde hacía planillas, estadísticas e informes.
Para ese entonces había sacado un crédito para ir a vivir sola y tenía que tener más de un trabajo para mantenerse. Dejó su huella en una empresa de programación, incursionó como soporte técnico en la Biblioteca Argentina para Ciegos, dio clases en escuelas especiales y testeó perfumes.
"Desde Telefónica me convocaron para que hiciera un proyecto sobre discapacidad para que la Fundación Telefónica apoyara. Hicimos una iniciativa de micros de radio que salieron en América, y yo me ocupé de la producción. Me entusiasmé con el periodismo y empecé a estudiarlo en el Instituto Santo Tomás de Aquino, en San Martín", cuenta, a la vez que destaca la gran receptividad que tuvieron.
En 2008 se casó y renunció a Telefónica. Desde entonces está buscando trabajo como periodista, sin mucha suerte. "Yo tengo todas las herramientas, lo que falta es la apertura de las personas para que me contraten. Creo que a largo plazo si pudiese conducir un programa de televisión o ser columnista serviría mucho para posicionar a las personas con discapacidad desde otro lugar, no como entrevistados, sino como profesionales", expresa convencida.
Sin derecho a la educación
En un mercado cada vez más exigente en cuanto a estudios formales, experiencia y talentos para el desarrollo de las funciones laborales, las personas con discapacidad se encuentran en franca desventaja. En primer lugar, porque no tienen garantizado su derecho básico a la educación.
Mariana Díaz Lartirigoyen, responsable de Comunicaciones de la Fundación Par, confirma este diagnóstico. "La mayoría de las personas con discapacidad no termina el secundario, debido a diferentes factores como la falta de oportunidad, la falta de cupo, problemas de accesibilidad o por cuestiones económicas."
Con relación a las barreras arquitectónicas, la organización Acceso Ya afirma que el 95% de las escuelas de gestión privada de la ciudad de Buenos Aires son inaccesibles. A esto hay que sumarle los datos de la Auditoría General de la Ciudad que estiman que el 85% de las escuelas de gestión pública porteñas presenta las mismas características.
"Los profesionales, los médicos y la sociedad en general están mucho más conscientes de la necesidad de integrar a chicos con discapacidad en las escuelas. Los padres en algunos casos tienen más apertura y las escuelas se están animando más", comenta Graciela Ricci, fundadora de Asociación para el Desarrollo de la Educación Especial y la Integración (Adeei). Y agrega, a modo de autocrítica, que "la integración escolar se hizo muy técnica y no se pensó en cambiar las actitudes y los valores. Hemos avanzado mucho en las normativas y la investigación, pero en ningún momento se habla de lo humano".
Desde el Gobierno, Ana Moyano, coordinadora general de Educación Especial de la Nación, reconoce que todavía no están dados los apoyos necesarios para que los chicos con discapacidad puedan educarse. "En tanto y en cuanto la sociedad no esté trabajando en forma conjunta, no lo vamos a conseguir. ¿Cómo hacemos para que haya un cambio cultural de reconocimiento de los chicos con discapacidad? Hay que salir de la idea de dádiva, generar políticas, estar en las agendas y dejar de pedir por favor", asegura. Lo que sí rescata es el hecho de que todas las nuevas escuelas que se están construyendo sean accesibles. Y desliza otra cuenta pendiente: "Los docentes no siempre están dispuestos a aceptar las necesidades de los chicos. Sería necesario trabajar en equipos docentes y en red, para que tengan los apoyos suficientes para atender a chicos con discapacidad".
Por su parte, Cristina Bettatis, directora del Area de Inclusión del Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales (Conadis), confirma que "en la actualidad aún persisten demasiados obstáculos en todos los niveles educativos para reformular desde el escenario de la escuela las dimensiones de la inclusión educativa, reconociendo la multiplicidad de representaciones en las que circula. Desde la Conadis trabajamos estableciendo redes con las diferentes jurisdicciones, ya que no alcanza con que el niño concurra a la escuela común sino que es necesario que la escuela pueda dar respuesta a cada uno de estos alumnos".
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Por Micaela Urdinez
www.hacercomunidad.org
jueves, 13 de agosto de 2009
Los nadie, un futuro imperfecto
Los “nadie” los llama el amigo Eduardo Galeano. Guarismo son para otros muchos. Tienen muchos nombres. Tienen muchos rostros. Uno los ve a diario. Los enfrenta a diario. Huérfanos muchos de porvenir, añorando otros, lo que soñaron y no ocurrió.
Allí están ellos. Muchos de distintas edades. Allí están sin que nadie haga algo por su presente y /o por su futuro. O sabe a poco lo que se hace, ante la magnitud opaca de su realidad. Y es tal dicha magnitud, que tristemente ya nuestros ojos se acostumbraron a ellos sin que preocupen. Dándose así esta batalla entre lo visible y lo invisible. Lo visible de la situación en que viven y lo invisible de la hipotecado de su futuro.
Allá por la década del 90, Enrique Valiente Noailles escribió un libro llamado La Metamorfosis Argentina. En uno de los textos que lo componen, este filosofo argentino indica que “...se ha dado un desempleo del ojo. Un desempleo de sus funciones tradicionales. Si funcionara para la mirada la ley de Arquímedes, debería preguntarse ¿qué hemos desalojado del ojo cuando el volumen de lo que antes estaba oculto ingresó a nuestra mirada?. Y tal vez la respuesta sea que al ingresar las cosas mismas, desalojan la capacidad de ver...”.
Quizás sea así, nuestros ojos han presenciado el vaciamiento del sentido de las cosas, al punto de acostumbrarse a cosas que no deberíamos, (chicos trabajando, familias revolviendo basura, niños esperando el cierre de algún restaurante para conseguir algo, educandos que nunca llegarán a serlo, chicos jugando a ser grandes, grandes que esperan).
La pobreza y la marginación constituyen uno de los problemas claves y uno de los más graves a resolver desde aquellos que hablan de políticas sociales. En estos momentos hay un importante sector de la población que padece lo que se conoce como pobreza estructural. Un sector de adultos y, peor aun, un sector de menores que han visto a sus padres criarlos en esas condiciones, esperan. ¿Qué deparará este futuro imperfecto para todos?
Dar una explicación, dicen, es pretender encontrar las causas. En esto tan particular, las causas son múltiples. A uno inmediatamente le surgen distintos nombres como respuestas, antiguos presidentes, la falta de políticas sociales, liberalismos, capitalismo, la corrupción, entre otros. Pero lo cierto es que aquellos que componen esta realidad, piden a gritos soluciones. Por ellos, por sus hijos y la sociedad en su conjunto, es que se esperan gestos de confianza.
Por Bernabé Tolosa
Allí están ellos. Muchos de distintas edades. Allí están sin que nadie haga algo por su presente y /o por su futuro. O sabe a poco lo que se hace, ante la magnitud opaca de su realidad. Y es tal dicha magnitud, que tristemente ya nuestros ojos se acostumbraron a ellos sin que preocupen. Dándose así esta batalla entre lo visible y lo invisible. Lo visible de la situación en que viven y lo invisible de la hipotecado de su futuro.
Allá por la década del 90, Enrique Valiente Noailles escribió un libro llamado La Metamorfosis Argentina. En uno de los textos que lo componen, este filosofo argentino indica que “...se ha dado un desempleo del ojo. Un desempleo de sus funciones tradicionales. Si funcionara para la mirada la ley de Arquímedes, debería preguntarse ¿qué hemos desalojado del ojo cuando el volumen de lo que antes estaba oculto ingresó a nuestra mirada?. Y tal vez la respuesta sea que al ingresar las cosas mismas, desalojan la capacidad de ver...”.
Quizás sea así, nuestros ojos han presenciado el vaciamiento del sentido de las cosas, al punto de acostumbrarse a cosas que no deberíamos, (chicos trabajando, familias revolviendo basura, niños esperando el cierre de algún restaurante para conseguir algo, educandos que nunca llegarán a serlo, chicos jugando a ser grandes, grandes que esperan).
La pobreza y la marginación constituyen uno de los problemas claves y uno de los más graves a resolver desde aquellos que hablan de políticas sociales. En estos momentos hay un importante sector de la población que padece lo que se conoce como pobreza estructural. Un sector de adultos y, peor aun, un sector de menores que han visto a sus padres criarlos en esas condiciones, esperan. ¿Qué deparará este futuro imperfecto para todos?
Dar una explicación, dicen, es pretender encontrar las causas. En esto tan particular, las causas son múltiples. A uno inmediatamente le surgen distintos nombres como respuestas, antiguos presidentes, la falta de políticas sociales, liberalismos, capitalismo, la corrupción, entre otros. Pero lo cierto es que aquellos que componen esta realidad, piden a gritos soluciones. Por ellos, por sus hijos y la sociedad en su conjunto, es que se esperan gestos de confianza.
Por Bernabé Tolosa
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