Por Manuel Vicent
No hay soñador que no se haya quedado corto ni inquisidor que no haya acabado haciendo el ridículo. La historia es igual de cruel con los alegres visionarios y con los legisladores más duros. Si a Carlos Marx le hubieran asegurado que un día no lejano los obreros ingleses irían de vacaciones a Capri conduciendo su propio automóvil climatizado y pedirían el libro de reclamaciones en un restaurante para protestar porque la cerveza no estaba suficientemente fría, ¿acaso hubiera escrito El Capital? Tampoco Galileo podía haber pensado que aquel telescopio que estuvo a punto de llevarlo a la hoguera sería sustituido por un ingenio espacial tan elaborado como el Hubble, capaz de divisar cómo unas galaxias se devoran entre ellas. Pronto, lo que hoy es ciencia ficción mañana será realismo social. La historia es esencialmente transgresión: así avanza el desbocado caballo de Atila aplastando a teólogos, a moralistas, a políticos represores, a los espíritus pusilánimes y también a los progresistas, a los iluminados, a los amantes de cualquier utopía. Ningún potro de tortura ha sido capaz de detener el ciego camino de la ciencia. Ninguna ley podrá ordenar la conquista salvaje de los laboratorios ni la moral que se renueva cada día. ¿Quién deseará pasar dentro de un siglo por el estúpido esbirro que trató de parar inútilmente la historia? ¿Quién deseará escribir cualquier viaje a la Luna, como Julio Verne, para que después se rían de tu falta de imaginación? La religión todavía conserva hoy el monopolio de las puertas de entrada y salida de este mundo. Nuestra Iglesia ya no quema herejes, apenas imparte anatemas, ha rebajado el nivel de confrontación con la ciencia y las costumbres, pero se ha guardado las llaves de la vida y de la muerte. En ese peaje exige un tributo. La muerte es una neurosis humana todavía insalvable. Sobre ella se vierten salmos de tinieblas, cuentos de terror, fábulas de infiernos, paraísos y reencarnaciones. Ni la ciencia ni la fortaleza moral tienen nada que hacer, sólo que las células madre pronto pondrán a disposición de las personas un recauchutado de tejidos y órganos corporales, y ésa será de momento la verdadera reencarnación. Pero la puerta de entrada a la vida está a punto de ser violada. Ese monopolio religioso pronto será suprimido. La vida será fabricada con las propias manos del hombre y frente a esta conquista harán el mismo ridículo los represores y los visionarios.
Fuente: La Nación
miércoles, 12 de agosto de 2009
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