martes, 29 de diciembre de 2009

Los tres fantasmas

Días atrás tuve la oportunidad de ver "Los fantasmas de Scrooge", la pelicula basada en el cuento de Charles Dickens. la primer pregunta que me surgió fue si ¿era para chicos?, más que nada por los comentarios de los más chicquitos que tenían alrededor y no paraban de asustarse. Encima bajo el formato de 3D, aun era más oscura. Luego se presentaron algunas preguntas inevitables al final de la pregunta. Por eso me pareció acertado el comentario de Quintín este domingo en Perfil. El cual quiero compartir.

Los tres fantasmas

En 1843 Charles Dickens publicó A Christmas Carol, su Canción de Navidad, también traducida a veces como Cuento de Navidad. Desde entonces, en un caso de notable influencia de la literatura en la vida práctica, la Navidad adquirió el carácter de una festividad más espiritual que religiosa, consagrada a recordar que la paz y el amor por los semejantes son posibles, al menos una vez por año. Esto es así, sobre todo en los países anglosajones, mientras que el resto del mundo aprendió que la Navidad es más (y menos) que la fiesta de cumpleaños de un dios gracias al cine de Hollywood y sus historias en las cuales esa fecha es el centro de acontecimientos mágicos y conmovedores.
El cuento de Dickens es genial por muchas razones, pero uno de los rasgos más originales del relato es el descubrimiento de que el pasado y el presente son tan misteriosos –y también tan siniestros– como el futuro. Recordemos brevemente la trama. En la noche de Navidad, el avaro Scrooge recibe la visita de tres fantasmas. El primero le muestra navidades pasadas, cuando él no era aún el ser detestable y mezquino en el que se fue convirtiendo. El segundo le hace ver, como quien prenuncia que el infierno son los otros, lo bien que la están pasando los demás en compañía de sus seres queridos, mientras, él está a solas con su resentimiento. El último le anticipa una muerte sórdida en medio del desprecio unánime. En el último capítulo –el menos creíble, pero necesario para que el lector no muera de tristeza–, todo resulta un sueño y Scrooge decide reformarse. Lo que hace el cuento tan angustiante, lo que hace tan temible el futuro, no es que vamos a morir (Dickens se encarga de subrayarlo introduciendo en el relato la muerte pacífica de un chico enfermo) sino que el modo en que lo hagamos será un corolario de nuestra vida y que es tan horrible contemplarnos en el espejo de la anticipación como en el de nuestra olvidada historia y en el de la mirada de nuestros contemporáneos. Los tres fantasmas de Dickens son sólo uno, el de nuestra conciencia que intuye lo que no quiere saber, especialmente que todo pudo haber sido diferente, pero ya es demasiado tarde.
El último cuento de Navidad del que tuve noticia transcurre en Nazaret y es una película: El tiempo que queda de Elia Suleiman, que se exhibió en el Festival de Mar del Plata. Esta especie de saga familiar de un palestino de origen cristiano tiene más de un punto en común con A Christmas Carol aunque hay en ella un elemento completamente ajeno a Dickens, que es la Historia y su efecto sobre las biografías individuales. Pero también aquí los fantasmas del pasado y del presente construyen un futuro tenebroso. Lo que Suleiman ve en su infancia –a pesar de la activa militancia de su padre contra los ocupantes israelíes– es una convivencia posible entre adversarios que se desvanece a medida que envejece el extraordinario personaje de la tía, una antiheroína conservadora, pacata y golosa, que ocupa lentamente el centro del relato como testimonio casi impensable de una humanidad plena. Al mundo arcaico que la vieja representa, Suleiman le contrapone su variante moderna, representada por una escena de absurda cursilería frente a un arbolito luminoso, en la que una mujer chino-americana canta en karaoke un tema de Céline Dion. Es como si una dificultosa forma de relación entre los seres humanos hubiera dado lugar a un simulacro globalizado cuya contrapartida es el muro, la opresión a los palestinos y el odio sin remedio. La visión de Suleiman no satisface ni a los ocupantes de su tierra ni a quienes exigen su expulsión incondicional. Pero desde lejos, su Navidad puede ser tan emotiva como la de Dickens y, de paso, nos remite a nuestros propios fantasmas, a la pregunta sobre si lo que hicimos hasta aquí no nos llevó demasiado lejos en el camino hacia una discordia irreparable.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Valor y precio de la inocencia

Versiones que pretenden tener el mayor rigor histórico consideran que el origen del Día de los Inocentes es precisamente un chiste de humor negro. Según documentos, lo habría instituido el cínico rey Herodes Agripa II –nieto del bíblico infanticida– varias décadas después del nacimiento de Jesús; y lo habría hecho en homenaje a las hazañas de su abuelo. Así, un 28 de diciembre, el rey organizó para celebrar su trigésimo cumpleaños una fiesta fastuosa y multitudinaria en la que no faltaron sus ministros en pleno e incluso dignatarios extranjeros y algunos ocasionales adversarios. Todo terminó en una broma siniestra y colosal, cuando el último día de la larga bacanal, con los visitantes borrachos y regalados, Herodes Agripa II impartió cédulas con órdenes de captura, juicios sumarios, condenas capitales, multas onerosas y castigos varios para todos sus ingenuos invitados que, humillados y ofendidos, no pudieron huir de la ciudad gracias a la eficiencia de la guardia real.

El hallazgo, entre papeles de la época pertenecientes a funcionarios que habrían asistido a la fiesta, de esquelas que ostentan la palabra “Inocente”, hace suponer que de ahí proviene tanto la fecha como el nombre y el carácter de la celebración. Suena ingenioso y coherente con el tipo de festejo que ha perdurado en su recordación. Sin embargo, me gusta más la macabra historia ejemplar que está en el origen (?) de todo.

Por lo que sé –que sé poco–, en la Biblia hay tres matanzas de Inocentes, debida y perversamente programadas: dos van de algún modo encadenadas y tienen que ver con la historia de Moisés en Egipto; la tercera es la de Herodes.

Cabe recordar que según el consabido Pentateuco, si Moisés fue entregado en una cesta a las aguas del Nilo era para salvarlo de la matanza de niños judíos ordenada por un faraón “preocupado” por el crecimiento de la población esclava. Su contrapartida es la siniestra mortandad que años después –y en una noche– desencadena el Dios de Moisés como último recurso para doblegar la voluntad del faraón (el mismo u otro) que se niega, pese a avisos, plagas y calamidades, a liberar al pueblo de Israel de su cautiverio y dejarlo partir.

Pero la matanza que –famosamente– recordamos hoy con chistes tontos es el sangriento exabrupto de Herodes el Grande, celoso y temeroso de la profecía de que ha de nacer alguien, un Rey de los Judíos que, supone, lo sustituirá.

En el primer caso, la historia de Moisés, la demostración de fuerza homicida y selectiva de Jehová o Yahvé, al menos en el Libro, no merece reparos: el obstinado Ramsés –el mejor momento del hierático Yul Brinner en Los Diez Mandamientos: único auténtico milagro de Dios, su actuación– de algún modo se la buscó. No sabía quién era el Jefe detrás de Moisés, con Quién se las veía. El Dios del Antiguo Testamento no admite competencias ni ambigüedades, el monoteísmo del pueblo elegido con sangre entra. Así, el obediente Angel de la Muerte llega por la noche y va matando, segura y económicamente, casa por casa, palacio por palacio, a todos los niños. Sólo perdona las casas marcadas, las elegidas casas marcadas. La inocencia asesinada (incluso en casa) es el precio que paga la soberbia.

En el segundo caso, arranque del Evangelio de Mateo, el que mata por costumbre y a lo pavote es un político ofuscado, paranoico, enfermo de Poder, que no sabe Quién viene y por si acaso... Sin los recursos de Moisés y su Aliado infalible, Herodes moja en sangre sus propias manos, asume el crimen indiscriminado para matar a Uno, que –además– se le escapa. Si el Angel de la Muerte obraba con certeza y precisión, cumplía al pie de la sangre las cláusulas del chantaje celestial, lo esbirros de Herodes –incluidos los estúpidos lectores oficiales de la Profecía– son torpes chapuceros que cumplen mal las órdenes sin sentido de un rey equivocado. El mismo Dios sabelotodo que hizo pintar las puertas para orientar al Angel les hace avisar al carpintero y su mujer adolescente que ha habido un soplo –esos ingenuos Reyes Magos– y que un tonto entendió mal y puede arruinar el Plan de la Salvación, así que escapen a lomo de burro. A Egipto, claro: es el lugar del que se va y viene en la Biblia.

A todo esto, históricamente o no, los chicos muertos –judíos, egipcios y judíos otra vez–, muertos están. Son inocentes, inocentes condenados a pena de muerte por Culpables y culpables –mayúsculos y minúsculos–, soberbios y celosos. La fiesta religiosa católica que los recuerda hoy elige –según dicen– sólo la cosecha criminal de Herodes, los pequeños coetáneos belenenses de Jesús, con los que seguramente no pudo ir a la escuela.

Como corolario de los tradicionales, equívocos chistes de hoy, en los que se hace creer a alguien algo no sucedido, inventado, que lo ilusiona o atemoriza, es habitual compensar al damnificado con una expresión que no es de burla, como suele creerse, sino de módico, acaso irónico deseo y consuelo: “Que la inocencia te valga”. Como cualquier otra frase estereotipada, las sutilezas de sentido se han perdido, el uso del verbo “valer-se”, sobre todo; y la idea misma de “inocencia”. Y es muy rica la expresión. Una paradoja, en realidad: “Que tu vulnerabilidad te defienda” –¿es eso?– o “Que la fe te salve”. ¿Es lo mismo?

Porque valerse es bastarse, saber defenderse, en última instancia servir para: “ser valiente” –el que se vale por sí mismo–, “valer la pena” o “desvalido” son expresiones ejemplares. Y en cuanto a la maltratada inocencia, en una primera acepción con alto matiz temporal, tiene el tipo de mala prensa moderna que acompaña, por ejemplo, a la idea de virginidad en cualquiera de sus formas, del sexo a la política: no es nunca un valor sino una carencia, el resultado de un error de apreciación, una condición primitiva inicial que ha de perderse (saludablemente) para poder vivir en términos más genuinos el intercambio con el mundo. Inocente es, en ese caso, lo contrario de realista.

Por otra parte, el inocente es el que no conoce el mal (en los otros, en sí mismo) y desconoce la culpa; así es lo contrario del pecador. Finalmente, llamamos/decretamos inocente al que no ha cometido un delito, al que no es culpable.

¿Cuál de estas formas de inocencia nos valen? A mí me gusta pensar que el inocente del refrán es –según la irónica mirada negativa– mero objeto de engaño; pero, en sentido positivo, es el que cree. La sabiduría y la gracia de creer es el secreto y el poder de la inocencia. Lo que te salva, digo. En todos los terrenos.

Por eso esta noche voy a ver una vez más Harvey, la de James Stewart, el que vive dentro de una broma de inocentes de la que –a la inversa de Joyce con la Historia– no se quiere ni piensa despertar.

Que la inocencia les valga.

Por Juan Sasturain para Página 12

sábado, 26 de diciembre de 2009

L´Osservatore Romano se refirió a las virtudes de los Simpson



Era el único reconocimiento que le faltaba a Los Simpson en su temporada número 20 y es el que menos esperaba Matt Groening. Nada menos que L´Osservatore Romano , el periódico vaticano, fue el que celebró su vocación filosófica y su postura irreverente y mordaz acerca de la religión organizada.

Sin Homero Simpson y sus vecinos amarillos -dice la publicación en un artículo titulado "Las virtudes de Aristóteles y la dona de Homero"- buena parte del planeta no sabría cómo reírse. También felicitó al programa animado, el más longevo de la TV de su país, por la posibilidad de acercar los dibujitos a una audiencia adulta.

El show se apoya en un "guión realista e inteligente", se dice allí, aunque L´Osservatore... expresa también sus reparos ante "el lenguaje vulgar y la violencia de ciertos episodios y algunas decisiones extremistas de los autores".

La religión aparece tan frecuentemente en Los Simpson , desde los sermones soporíferos del reverendo Lovejoy hasta las charlas cara a cara de Homero con Dios, que sería posible recabar una "teología simpsoniana". La confusión e ignorancia religiosa del patriarca del programa son un acabado reflejo de "la indiferencia y también la necesidad que siente el hombre moderno frente a la espiritualidad", según sostiene el diario italiano.

Diálogo con Dios

Entre los momentos más memorables de la serie, L´Osservatore... recuerda aquel grito desesperado de Homero, que pide al cielo: "No soy un hombre religioso, pero si estás allí arriba, ¡sálvame Superman!", cuando reflexiona sobre que el personaje encuentra en Dios su último refugio. "Aunque a veces se equivoca al nombrarlo, son sólo pequeños detalles: ellos se conocen muy bien."

La serie culminará su temporada número veinte con una gran campaña promocional en Fox, que teñirá su pantalla de amarillo (al menos en los Estados Unidos) para celebrar su permanencia en la cultura popular de todo el mundo. Este último fenómeno será el tema de un documental de una hora dirigido por Morgan Spurlock (aquel de Super Size Me ) con testimonios de los muchos artistas y pensadores en los que ha influido a lo largo de los años.

La Nación

martes, 22 de diciembre de 2009

Cuadros...

Lecturas de verano

Acabo de ver un afiche en la calle de una de las editoriales más grandes del mercado que dice “Elegí qué libro vas a leer en este verano”, y debajo una serie de títulos recomendados, en su mayoría de autoayuda, divulgación histórica y un nuevo (o no tan nuevo) género que aceita los mecanismos de las cajas registradoras de la industria editorial: el de los mediáticos que descubren que publicando un libro con reflexiones pueriles, panfletos incendiarios e indignaciones varias por el estado de las cosas recibirán un abultado cheque con sus liquidaciones de derechos de autor, una vez cada seis meses. Un amigo escritor con el que camino también ve el cartel y sugiere otra frase, de una ambigüedad más adecuada: “Elegí con qué libro te vas a castigar este verano”. Después llego a la redacción, abro los mails y encuentro un mensaje similar, de otro de los sellos transnacionales que más facturan en nuestro país. La frase no varía demasiado (“Los mejores libros para este verano”) pero el contenido tampoco: mucha ficción pasteurizada, mucho premio literario, mucha intrascendencia.

El metamensaje es claro: se supone que la gente no quiere complicarse la vida en el verano, por lo que pasa de leer cosas engorrosas, pesadas, repletas de datos (y aquí no se entiende por qué las editoriales recomiendan entonces libros de investigación periodística o ensayos políticos), como si dejaran por diez o quince días los cerebros en remojo en la mesa de luz, mientras parten raudos y orondos en plan vacacional libre de materia gris. Lo más interesante del asunto es que de esta manera aflora una paradoja inevitable: si durante el año la gente no lee libros porque no tiene tiempo, y es por eso que, para desenchufarse, enchufa de lunes a viernes la televisión (y los fines de semana son para descansar), y si durante las vacaciones elige algún título liviano, más para equilibrar dentro del bolso el peso del mate, las cartas de truco y la esterilla que por un interés genuino, ¿cuándo lee? Buena pregunta.

Lo cierto es que no se sabe cuándo lee la mayoría de la gente (tiendo a pensar que cuando puede) pero sí cuándo compra libros, y eso es a fin de año, para las fiestas. Y ésa es la explicación para las campañas de promoción de verano de las editoriales. Pero listas y eslóganes como “los mejores libros para leer en la playa” son simplificaciones cuando no extrañas, por lo menos, graciosas. Suponiendo que la mayoría de las personas decidan sufrir sus vacaciones en la playa (lo que no es seguro) y que discurran su tiempo libre pasando las páginas de un libro, no es lo mismo lo que vaya a leer la portera de mi edificio, que mi tío abogado o mi compañero del fútbol de los jueves.

¿Entonces, qué nos queda? No las sugerencias de las editoriales (actores interesados en el asunto), sino las de las personas cuyos gustos podemos respetar. Pregunten por ahí. Yo, por mi parte, entre las estrictas novedades recomendaría Patriotas. Héroes y hechos penosos de la política argentina, de Juan José Becerra, o la reedición de La vuelta al día en 80 mundos de Julio Cortázar, o los Cuentos completos de Juan Carlos Onetti, o los Malos tragos de Anthony Bourdain. Al fin y al cabo, la diferencia entre comprar o regalar un buen libro o la misma bazofia de siempre es la de pasar apenas unos segundos más frente a los estantes de nuestra librería amiga.

Por Maximiliano Tomas, para diario Perfil

lunes, 21 de diciembre de 2009

Muy buenas noticias

El biólogo Michael Tomasello, del Instituto Max Planck, sostiene que "los niños son altruistas por naturaleza". Son sociables y cooperativos. Cuando tienen 18 meses y ven a un adulto con las manos llenas y necesitando asistencia para abrir una puerta, o recoger algo del piso, ayudan de inmediato. Son comportamientos tempranos previos a la educación de los padres. Ella debería tratar de reforzarlos.

Eso explica la gran fuerza actual del voluntariado. Las ONG solidarias encabezan las encuestas de credibilidad en el mundo. Organizaciones como Acción Internacional contra el hambre, Amnesty International, Oxfam, Médicos sin Fronteras, Greenpeace y otras gozan de un bien ganado prestigio en una humanidad que teniendo capacidades inéditas de producir alimentos, tiene actualmente 1020 millones de personas con hambre, uno de cada seis habitantes.

En América latina y en la Argentina organizaciones como Cáritas, la AMIA, la Red Solidaria y otras han rescatado muchas vidas, y pueden ser un aliado formidable de las políticas públicas, que son las principales responsables en una democracia de encabezar la acción contra la pobreza, que hoy compromete la vida de uno de cada tres latinoamericanos.

Se acaba de crear la Red Iberoamericana de Voluntariado Universitario contra la Exclusión Social. En su marco, se ha fundado en la prestigiosa Universidad Autónoma de Madrid la primera escuela de la región para formar a formadores y movilizadores de voluntariado universitario.

Como los seres humanos tienen tendencias naturales a la solidaridad, puede entenderse que en el último siglo sus héroes no han sido generales victoriosos. Este es el caso de Albert Schweitzer, luchador contra la lepra en Africa; Jonas Salk, que donó su vacuna a la humanidad, o la Madre Teresa de Calcuta, trabajadora por los más pobres del mundo en Calcuta.

Apoyar con leyes y presupuestos el trabajo voluntario e incluirlo en la educación es apostar a esta solidaridad innata y que fue anunciada como el signo principal de humanidad por las grandes tradiciones espirituales del género humano.

Por Bernardo Kliksberg, para Hacer Comunidad.
El autor es director del Fondo España-PNUD Hacia un desarrollo incluyente

viernes, 18 de diciembre de 2009

Un mate y un amor...'

El mate no es una bebida. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse.
El mate es exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás solo. Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es 'hola' y la segunda: '¿unos mates?'.
Esto pasa en todas las casas. En la de los ricos y en la de los pobres. Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros. Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian o se drogan.
Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara. Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar. En verano y en invierno. Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos; los buenos y los malos.
Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide. Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando un esquenuncito de tu sangre empieza a chupar mate. Se te sale el corazón del cuerpo. Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón.
Cuando conocés a alguien por primera vez, te tomás unos mates. La gente pregunta, cuando no hay confianza: '¿Dulce o amargo?'. El otro responde: 'Como tomes vos'.
Los teclados de Argentina tienen las letras llenas de yerba. La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas. Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie.
Éste es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular. Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres. Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos.
No es casualidad. No es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es que ha descubierto que tiene alma.
El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores... Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena. Es querible la compañía. Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablas mientras el otro toma y es la sinceridad para decir: ¡Basta, cambia la yerba!'.
Es el compañerismo hecho momento.
Es la sensibilidad al agua hirviendo. Es el cariño para preguntar, estúpidamente, '¿está caliente, no?'. Es la modestia de quien ceba el mejor mate. Es la generosidad de dar hasta el final. Es la hospitalidad de la invitación. Es la justicia de uno por uno. Es la obligación de decir 'gracias', al menos una vez al día. Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir.

Por Lalo Mir

Señor tontonero Stornelli



La inepsia alcanza cotas tremebundas. Un señor Stornelli, que dice que es el jefe de la seguridad de la provincia de Buenos Aires, patrón de su famosa policía, presenta una denuncia en un juzgado diciendo que sospecha que integrantes de su policía reclutaron personas –menores y mayores, dijo– para matar a tres mujeres en el Gran Buenos Aires unos días atrás –y no se produce uno de esos brutos escándalos a los que la patria es tan aficionada.

A ver, de nuevo: el responsable político de la policía bonaerense dice que cree que sus subordinados hacen matar mujeres en las calles –y seguimos hablando de la lluvia. Peor: dice que lo hacen para vengarse de su gobierno porque les cortó un “negocio espurio” –y discutimos marcas de paraguas. Incluso: dice que lo hacen para producir reacciones populares contra su gobierno en alianza con sectores políticos de la oposición que no nombra ni define –y empezamos a charlar de pilotines. La noticia salió en algunos diarios este miércoles, en otros este jueves –y casi ninguno lo convirtió en título principal. Los medios, digo, lo cuentan con cierta displicencia; los ciudadanos no se exaltan como suelen exaltarse en estos tiempos. Y, sin embargo, otra vez: el jefe de los policías dice que sus policías hacen matar gente.

Y ni siquiera dice quién, ni siquiera dice cómo, ni siquiera nos cuenta que tiene policías más o menos confiables que investigaron a esos asesinos y que ha decidido proceder contra ellos –porque, en definitiva, él es su jefe. No, va a ver a un juez y le hace una denuncia, como si no tuviera los medios –y la obligación– de llevar adelante las gestiones necesarias para averiguar si eso que sospecha es cierto.

(Dejemos de lado el hecho –casi gracioso si no fuera patético– de que este señor Stornelli es, curiosamente, el mismo señor que, unos meses atrás, execró a un juez de La Plata, Luis Arias, porque dijo que su policía hacía lo que él mismo, ahora, dice que hace. Pero no es extraño: este señor Stornelli es, curiosamente, el mismo señor que en cuanto apareció –volcada– la familia Pomar dijo que la investigación había sido buena porque al fin los habían encontrado –y que ahora dice que tuvo errores garrafales.)

–¡Señor tontonero Stornelli, renuncie!

Pero nada de eso es significativo frente a la magnitud de lo que dice ahora: que la policía bonaerense mata o hace matar gente; que la policía bonaerense mata o hace matar gente para vengarse del poder político que le cortó un negocio; que la policía bonaerense mata o hace matar gente para vengarse del poder político que le cortó un negocio y que su venganza consiste en armarle puebladas al poder político en alianza con “la oposición”; que la policía bonaerense mata o hace matar gente para vengarse del poder político que le cortó un negocio y que su venganza consiste en armarle puebladas al poder político en alianza con “la oposición” y que él, su responsable, no puede hacer más que ir a denunciarlo a un juzgado.

–¡Señor tontonero Stornelli, renuncie!

Incluso su denuncia es curiosa. Para empezar, sólo cita “fuentes anónimas”, como si no pudiera saber con quién habla cuando habla o no tuviera los turlupines necesarios para hacerse cargo de lo que dice. Y el hecho de que su policía haga negocios sucios no parece molestarlo o sorprenderlo mucho; lo que lo lleva al juzgado es que –para defender esos negocios– mate o haga matar y, sobre todo, que lo haga para moverle el piso a su gobierno. A nadie le gusta que le muevan el piso sus subordinados, y el señor Stornelli decididó mostrarles su firmeza y valentía: fue a quejarse.

–¡Señor tontonero Stornelli, renuncie!

El asunto es una sucesión de despropósitos pero, en cualquier caso, lo que más me sorprende es que el público no reacciona en consecuencia. El pueblo porteño y granporteño, que se la pasa refunfuñando por la famosa inseguridad, que no suele recibir información tan extraordinaria como ésta, no reacciona. Me pregunto si será que ya están tan curtidos que lo que dice este señor Stornelli no les parece grave. No es probable; quizá por alguna razón –inimaginable, misteriosa, inverosímil– no creen en lo que dice este señor, no le creen: quizás imaginan que lo dice para desviar la atención de su propia inepsia en el caso Pomar y en los asesinatos recientes, quizás imaginan que lo dice para exculpar al gobierno poniéndolo en posición de víctima de estas sucias maniobras, quizás imaginan que lo dice para cobrarse alguna cuenta interna, quizás que lo dice para salvar su trascartón, quizá porque se fue de mambo con el vasco viejo; vaya a saber qué se imaginan pero, en cualquier caso, no le dan ni cinco. Lo cual podría dar hasta un poquito de pena por este señor: debe ser feo decir cosas tan brutas y que todos te miren así como si bué.

Puede que tengan razón. A mí se me complica. Lo que dice este señor Stornelli es extraordinario y, a menos que se me escape –una vez más– algo muy decisivo, me parece que merece una acción urgentísima: si el jefe de la seguridad dice que su policía anda matando gente no tiene que pasar ni media hora hasta que el poder político intervenga la fuerza, la investigue a fondo, la normalice de algún modo. Y que él, este señor, se quedó sin opciones: si es verdad que gente de su policía mata para presionar a su gobierno, su fracaso como responsable de esa institución es tan tremendo que tiene que irse anteanoche. Y si es mentira que gente de su policía mata para presionar a su gobierno y él lo dijo para obtener ventajitas políticas, no tiene que irse: debe de suicidarse con una ballenita ajada. Como diría el gran maestro zenzen:

–¡Señor tontonero Stornelli, renuncie, renuncie!

Y deje de desparramar su inepsia inmarcesible sobre el mundo, que ya tenemos toda la que necesitamos y una pizca más.

Por Matín Caparros, para Critica de la Argentina.

martes, 15 de diciembre de 2009

Esnobismo: una pasión inconfesable

El esnobismo, como la condición mafiosa, está inscrito en el genoma de los hombres, corre por nuestras venas como la necesidad de ensoñación. Sin embargo, muy pocos se atreven a reconocer que son militantes de esa causa, que a ella sacrifican tranquilidad, placeres, sentimientos, dinero y tiempo, sobre todo tiempo. Los que se callan saben que, de abrir la boca, se los acusaría de frívolos, estúpidos, pretenciosos, cursis (ésa sería la afrenta irredimible). Sin embargo, una buen parte de nuestras costumbres, de los objetos, la ropa, los muebles que nos rodean y muchas de las creaciones más perdurables del arte y la literatura, en particular desde el siglo XIX hasta hoy, se impusieron por el esfuerzo de esos hombres y mujeres dispuestos a todo para distinguirse de los demás, impulsados por la necesidad de integrar una elite. Nada los arredra, ni el ridículo ni el aburrimiento. Sólo temen ser como todo el mundo, quedarse atrás, confundirse con la masa y no poder ingresar en el santuario de los elegidos, el de los nobles por la sangre y el espíritu. Para ellos, no hay nada más terrible que no estar al tanto de la última tendencia, del último movimiento artístico o intelectual. Siempre deben colocarse un paso más allá que el resto, aunque extravíen el camino y corran el riesgo de equivocarse. Jamás admitirán que una innovación, por abstrusa y absurda que parezca, supera lo que pueden entender. Ellos todo lo comprenden, sobre todo si es incomprensible. No importa cuanto tengan que fingir. A menudo, ciegos, sordos y desprovistos de razón, sólo pueden confiar en el lazarillo que los guía, el heraldo de la novedad, al que se entregan por una convicción en apariencia sin fundamento. Sin embargo, las cosas no son tan simples. A veces, los protege un instinto especial. Pueden cometer errores, seguir por un camino sin salida, pero con frecuencia aciertan. Algo les dice que eso que están mirando o escuchando tiene valor. A ellos les corresponde el mérito del descubrimiento, pero también las penurias, el sopor y los peligros de los pioneros. Algunos mueren sin haber llegado a la tierra prometida, devotos de un espejismo. Nunca tienen la convicción de "pertenecer".
Frédéric Rouvillois en Historia del esnobismo (que en estos días llega a las librerías editado por Claridad) define con precisión su objeto de estudio:
El esnobismo no es simplemente la actitud que consiste en querer parecerse, por su nombre o su apariencia, sus gustos, sus opiniones o sus comportamientos, a los miembros de un grupo que se juzga superior. Es también, subsidiariamente, el hecho de permitirse despreciar a todos aquellos que no pertenecen al clan y que, por lo tanto, se pueden considerar gente común, retrasados, inferiores.
Antes de que la palabra esnob ( snob ) se difundiera en el siglo XIX, la conducta calificada de tal existía a la manera de una pasión que no osa decir su nombre. Los esnobs existieron en todas las épocas. Se los encuentra, por ejemplo, en la literatura clásica, en el Satiricón de Petronio. Pero también mucho antes y mucho después. ¿Acaso Monsieur Jourdain, el protagonista de El burgués gentilhombre , y las afectadas mujeres de Las preciosas ridículas , de Molière, en pleno siglo XVII, no estaban aquejados de esa ingrata, insalubre aspiración hacia todo lo alto e incomprensible? La etimología de snob se ha prestado a muchos debates. La versión más difundida, según Rouvillois, la hace remontar a la abreviación del latín sine nobilitas (sin nobleza), aplicada a los alumnos de los grandes colegios británicos que no formaban parte de la aristocracia. Figurar como sine nobilitas en un registro, al lado de duques, condes y marqueses (tan luego en Inglaterra, la tierra donde se humilla socialmente con más ahínco) debía de ser una marca de escarnio que impulsaría a cualquier sacrificio con tal de que ese hecho bochornoso no se notara. La mímesis, aunque imperfecta y angustiosa, era la única salida. William M. Thackeray popularizó el término en una serie de artículos, reunidos más tarde en Historia de los esnobs de Inglaterra , por el título de uno de ellos (1848), obra que terminaría por titularse El libro de los esnobs . Ocurrió lo que siempre pasa cuando alguien pone un nombre a algo, imaginario o real, que no lo tenía: uno comprende que está rodeado de esa entidad, inmerso en ella, más aún, que la cobija en la intimidad de la conciencia. Así todo el mundo descubrió que era esnob, aun los que lo negaban en público y acusaban de esa perversión vergonzosa a los demás, aun los que ni siquiera se atrevían a confesarse esa frivolidad en sus cuartos de puritanos.
Rouvillois divide las aguas. Hay dos tipos de esnobismo: el mundano, que consiste en querer asimilarse a la alta sociedad, el gran mundo, la café society o el jet set , según las épocas; y el intelectual o de la moda, el de quien busca estar siempre en la vanguardia, al tanto de la última tendencia. Por supuesto, las dos clases se superponen con frecuencia, por una simple razón: el alma esnob no tolera ser excluida de un círculo cerrado, sea el que fuere, pero una vez que se le abrieron las puertas de ese paraíso reservado para pocos, los happy few , adora cerrárselas en las narices al resto de la humanidad.


Fuente: ADN Cultura

La vida y el box




Fuente: Clarin

viernes, 11 de diciembre de 2009

Dosis de Mafalda

El clima enfrenta a naciones ricas contra pobres

Las 192 naciones que se encuentran en Copenhague tienen que resolver la manera en que van a repartir los costos para frenar el calentamiento global. Ricos contra pobres, y un reto que debe ser resulto antes de que todos salgan perdiendo.


Las naciones en desarrollo que enfrentan enormes retos climáticos exigieron que los países ricos compartan más los costos, según un documento filtrado durante la Cumbre Climática de la ONU de Copenhague, mientras surgen nuevas evidencias de que el planeta se está calentando.

Los negociadores trabajaban para limar las diferencias entre naciones ricas y pobres sobre la forma de compartir la carga para combatir el cambio climático. El principal enviado estadounidense en la materia, Todd Stern, subrayó los esfuerzos del gobierno del presidente Barack Obama para reducir las emisiones de gases invernadero.

"No nos hacemos la ilusión de que esto será fácil", dijo Stern. "Pero creo que debe haber un acuerdo si queremos hacer esto bien".

El sudanés Lumumba Di-Aping, jefe del bloque de 135 países en desarrollo, dijo que los 10.000 millones de dólares anuales propuestos para ayudar a que las naciones pobres enfrenten el cambio climático palidecen en comparación con más de un billón de dólares erogados ya para rescatar a las instituciones financieras.

"Si éste es el mayor riesgo que enfrenta la humanidad, ¿cómo explican entonces los 10.000 millones?", preguntó. "Esos 10.000 millones no servirían siquiera para comprar ataúdes suficientes para los ciudadanos de los países en desarrollo".

En tanto, Estados Unidos delineó por primera vez una doble vía para reducir las emisiones de gases invernadero, la cual involucraría tanto al gobierno de Obama como al Congreso.

La administradora de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés), Lisa Jackson, habló durante la Cumbre y dijo que la decisión de su dependencia para regular los gases que atrapan el calor en la atmósfera es complementaria de una legislación federal, no un intento de suplantar el trabajo del Congreso.

"Este no es un momento de decidir entre las dos opciones, sino de incluir ambas", dijo Jackson ante más de 100 personas que llenaron una sala de juntas de la delegación estadounidense dentro del centro de conferencias.

El lunes, la EPA dio a Obama una nueva forma de recortar las emisiones de gases que contribuyen con el efecto de invernadero, al determinar que las evidencias científicas mostraban claramente que el cambio climático amenazaba la salud de los estadounidenses.

Ello significa que la EPA podría regular esos gases aún sin esperar la aprobación del Congreso federal.

La decisión de la EPA fue elogiada por otras naciones en Copenhague, que han instado a Washington a redoblar sus esfuerzos para reducir las emisiones.

El pleno del Senado estadounidense no ha analizado la legislación aprobada por la comisión ambiental de esa cámara, que contempla una reducción de 20% en los gases invernadero para 2020, meta que fue reducida a 17% en la Cámara de Representantes, tras la oposición de los demócratas provenientes de estados carboníferos.

Obama se unirá a más de 100 líderes nacionales en Copenhague, durante los últimos días de negociaciones de la Cumbre, previstos para finales de la próxima semana.

Algunas de las naciones más pobres en el encuentro temen que una buena parte de la carga para reducir las emisiones de gases invernadero sea puesta sobre sus espaldas.

Buscan miles de millones de dólares en ayuda de los países más ricos para lidiar con el cambio climático, que derrite los glaciares aumentando el nivel del mar en todo el mundo, provoca sequía en amplias regiones y amenaza la producción de alimentos.

Diplomáticos de los países en desarrollo y ambientalistas se quejaron de que los anfitriones daneses impidieron las negociaciones sobre un borrador de propuesta, la cual permitiría que los países ricos redujeran menos sus emisiones y que las naciones pobres enfrenten límites más severos sobre los gases invernadero y más condiciones para recibir los fondos.


Fuente: www.observadorglobal.com

jueves, 10 de diciembre de 2009

La palabra perro no muerde

Se dijo que la familia Pomar había escapado a un país limítrofe. El motivo: le debían plata a mucha gente. Una variante de la misma hipótesis: se fueron porque los acreedores eran personas muy poderosas y sus vidas corrían peligro. Si se quedaban en el país, los iban a matar.

Se dijo que podía tratarse de un conflicto familiar. En ese caso, el jefe de la familia era el eventual responsable de la desaparición de su esposa e hijas. Dijeron que tuvo tratamiento psiquiátrico. Se tiró al río con el auto, especularon.

Se dijo que Luis Fernando Pomar estaba armado.

Se lo difamó dejando entender que podía haber abusado de alguna de sus hijas y que ésa era la verdadera razón de la súbita fuga.

Se habló de una crisis en la pareja y de antecedentes de violencia intrafamiliar.

Se especuló con un ajuste de cuentas vinculado con el narcotráfico. Pomar es bioquímico, se dijo. Y aunque su padre explicó que sus conocimientos en el tema eran básicos, se habló de tráfico de efedrina.

Se dijeron muchas cosas más.

Sobre todo en la tele.

Se barajaron las hipótesis más disparatadas.

No faltaron las especulaciones sobrenaturales. Hubo notas a brujos y videntes. “Están todos bien, caminando por un trigal”, aclaró uno de los “especialistas” consultados.

Se habló hasta de la intervención de extraterrestres.

Fabio Zerpa tiene razón. “Seguro los chupó un ovni”, me dijo un taxista ofendido por los pocos datos que le pude aportar a su curiosidad. “Lo dijeron en la radio. Ya le pasó a otra gente”, remató.

Es cierto que la mayoría de estas hipótesis fue alentada por “fuentes de la policía”, pero el manejo de la información en el caso Pomar tuvo una levedad alarmante.

Quizá esto no debería sorprender a nadie. En el medio periodístico se venera una frase atribuida a Samuel “Chiche” Gelblung: “Que la verdad no te arruine una buena nota”.

Cuando el Fiat Duna de los Pomar apareció destrozado en un zanjón ubicado en una curva peligrosa de la ruta 31 y sus cuerpos esparcidos en derredor remitían al resultado de un accidente automovilístico, todos replegaron sus argumentos sin el menor acto de arrepentimiento.

La prensa fue, entonces, a por los investigadores y los funcionarios bonaerenses. La ineficacia de la policía es evidente: no revisaron una parte del trayecto que los Pomar hacían habitualmente en sus viajes a Pergamino. Y los funcionarios no resolvieron los pedidos de señalización que los vecinos de la zona les hicieron reiteradamente. Durante el 2009 hubo cuatro accidentes graves y un saldo de once muertes. Hasta hicieron planteos por escrito al gobernador Daniel Scioli.

La responsabilidad política en el caso Pomar es innegable, pero pocos se detuvieron a analizar la mala praxis periodística. Se ha instalado en los medios una suerte de impunidad. Se puede decir cualquier cosa. Los periodistas nos debemos un debate profundo sobre la calidad de los mensajes que emitimos.

Pero esta costumbre no abarca sólo al mundo de la tele. En la misma semana en que se conoció el trágico desenlace de la familia Pomar, un analista de política internacional se alarmó ante el triunfo de Evo Morales. El sesenta por ciento de los votos, el contundente respaldo popular al presidente boliviano, fue traducido para sus oyentes como un peligro para la democracia. “Se viene un período de hegemonía y cercenamiento de libertades”, fue la conclusión.

Y el martes pasado el corresponsal del diario La Nación en Santiago de Chile –a mi gusto el medio que mejor y mayor despliegue brinda a las coberturas internacionales– se refirió al asesinato del ex presidente Eduardo Frei como el “primer magnicidio” de la historia de Chile. Como si el asesinato del presidente constitucional Salvador Allende no hubiese ocurrido. Frei, que gobernó el país trasandino entre 1964 y 1970 y, en un principio, apoyó el golpe del general Augusto Pinochet contra el gobierno de Allende. Pero cuando comprendió que el dictador pretendía eternizarse en el poder, lo enfrentó. Fue entonces cuando Pinochet, según acaba de revelar la Justicia chilena, ordenó que lo envenenaran. Para el columnista del diario porteño la muerte de un presidente socialista no tiene la misma entidad que la de un ex presidente de centroderecha.

Son cosas que se dicen. Son cosas que se escriben. No pasa nada, me dirán. Como no se cansa de explicar el gran poeta Mario Trejo: “La palabra perro no muerde, el que muerde es el perro”.


Por Reynaldo Sietecase para Critica de la Argentina

lunes, 7 de diciembre de 2009

Las razones de Copenhague

A partir de hoy, 98 jefes de estados industrializados y en vías de desarrollo se reunirán en Dinamarca. Claves para entender la importancia del debate.

¿Por qué es necesaria la Cumbre de Copenhague?

Existe un consenso general internacional acerca de la amenaza que el cambio climático representa para los seres vivos. Hace dos años los gobiernos acordaron comenzar a discutir un nuevo acuerdo global y se dieron un período de reflexión que culminará en Copenhague.

¿Por qué hay cambio climático?

Desde el origen del mundo, el clima planetario se fue modificando. Pero existe más de un 90% de probabilidades de que los seres humanos sean los principales responsables del cambio climático. La causa principal es el uso de los combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas. Su combustión incrementa el dióxido de carbono (CO2) presente en la atmósfera, lo cual actúa como una capa que atrapa la energía solar y recalienta la superficie de la Tierra. La deforestación y otros procesos que emiten gases de invernadero también contribuyen al calentamiento. El calentamiento global produce cambios en los patrones de las lluvias, deshielo, elevamiento del nivel de los mares y cambios en la diferencia de la temperatura entre el día y la noche. Este grupo de alteraciones ha sido denominado cambio climático.

¿Por qué un nuevo acuerdo?

La Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Unfccc) creó en 1997 el Protocolo de Kyoto. Las metas de dicho protocolo para la reducción de las emisiones sólo se aplican a un pequeño grupo de países y expiran en 2012. Por esta razón, los gobiernos quieren un tratado superador de Kyoto, que frene las emisiones de gases invernadero lo suficiente como para limitar el aumento de la temperatura promedio del mundo a 2ºC (3,6ºF) en los próximos 50 años.

¿Qué busca cada nación?

En general, tratarán de fijar nuevas metas para reducir sus emisiones de gases. El debate central pasará por la posición de los Estados Unidos y China, que son los mayores emisores de CO2 de la tierra. Habrá que ver hasta qué punto estas naciones están dispuestas a afrontar el costo económico que implica para ellas una reducción en sus emisiones. Los países en vías de desarrollo como la Argentina, por su parte, pedirán mecanismos que les ayuden a acelerar la transferencia de tecnología en áreas como las energías renovables.

¿Cuál es la perspectiva de un acuerdo?

Hay cuatro escenarios:

• Un acuerdo global sin cabos sueltos.

• Un acuerdo global, pero con muchos cabos sueltos que deberán resolverse durante los meses o años próximos.

• El aplazamiento de la COP, probablemente hasta mediados de 2010.

• Fracaso.

Fuente: www.criticadigital.com

viernes, 4 de diciembre de 2009

El tiempo es lo que vuelve

Me parece que en mis últimas notas y conferencias transmito sensaciones y sentimientos negativos sobre el presente argentino. No hago más que ofrecer públicamente mi angustia. Quizás se deba a que tengo que cumplir con el ritual semanal de entregar una nota relacionada con preocupaciones comunes a los argentinos. ¿Cómo salir de este estado de ánimo? ¿De qué otra cosa hablar? ¿No pretenderán que hable del tiempo? ¿Sí? ¿Por qué no? Bueno ahí va.
El tiempo es una de las cosas más difíciles de pensar. La historia de la Filosofía es una muestra de esta dificultad desde que la idea de tiempo se despegó de la de movimiento y sorteó la paradoja de Zenón.
El texto clásico de Martín Heidegger Ser y Tiempo responde a esta urgencia del pensamiento. La pregunta por el Ser que recorre el filósofo alemán es la historia de un olvido. La historia de Occidente desde los griegos es para Heidegger el ocultamiento de este vacío. Dice que a esta carencia no se la llena con un nombre absoluto, ni con la “causa” de las causas, ni con la referencia a una sustancia. No valen los argumentos que invocan las mayúsculas de la Metafísica. Se ha intentado ocupar el centro de los sistemas especulativos con figuras teóricas como la del sofista que afirmaba que el hombre es la medida de todas las cosas, la del Motor Inmóvil del filósofo, el ego cogito del sabio natural o la voluntad de poder del Superhombre. Son todas obturaciones del signo de interrogación de la ontología filosófica.
En el siglo XIX G.W. Hegel elabora una filosofía en la que el espíritu del mundo es temporal. El acontecer de la existencia es para el filósofo de Berlín y Viena, el camino hacia la autoconsciencia de una totalidad que será transparente a sí misma. Es la astucia de la razón la que teje la red que nos atrapa y nos convierte en peldaños de una redención especular. Todo lo real será racional y todo lo racional es real en el fin de la historia. El espejo sin velos en el que se mira la “razón” también es un fruto del tiempo.
El filósofo A. Schopenhauer dice que el tiempo es dolor. El tiempo duele. Se inspira en el budismo, pero considera que la vida occidental no encuentra consuelo en la meditación que conduce al Nirvana. De todos modos existe una solución. Es el arte.
Sostiene que el tiempo es la manifestación de la voluntad; hay tiempo porque existe la persistencia de la vida. La sexualidad es una manifestación de esta voluntad de vivir. Somos individuos de la ley de la reproducción de la especie. La astucia de la voluntad hace de cada uno de nosotros elementos de una multiplicidad innúmera. Duramos y sufrimos. Sólo el arte, para Schopenhauer, suspende el tiempo. Sigue a Kant, que hablaba del infinito, de lo sublime. Sólo nos detiene la belleza de una obra. Nos fascina. El embelesamiento del artificio hace olvidar a la muerte y a la vida. De las artes, la música, la más temporal de todas, es la que cautiva y detiene por un instante al tiempo desnudo.

Nietzsche nos habla del eterno retorno. Recuerda haber tenido una visión del mismo subido a un peñasco al borde de un lago. Comprendió que la imagen cósmica muestra que lo que siempre vuelve es lo que sucede ahora. Eternidad e instante son lo mismo.
Muchos han discutido el sentido de estas palabras. Se han escrito libros sobre el significado de los conceptos de repetición y diferencia que conciernen a las dos manifestaciones de una temporalidad que vuelve pero con rostro cambiado. Otros –inspirados por Heráclito– invocarán la imagen nietzscheana del tiempo con el niño que a orillas del mar levanta castillos de arena que la marea desmorona.
Para Nietzsche, el tiempo podrá llamarse Kronos pero, en realidad, es otra burla de Diónisos, el dios enmascarado de la tragedia.
Pero nadie ha afirmado con mayor precisión y brevedad la esencia filosófica del tiempo como el divino Rousseau. Dijo: “El tiempo es lo que vuelve”. Fue dicho sin teoría, ni doctrina, ni metafísica. No asoció su frase a una cosmovisión ni a una concepción del mundo. Enunció su pensamiento mientras cocinaba una papa.
Pensemos en las consecuencias de sus palabras si efectivamente guiaran nuestra conducta. Debido a nuestra forma de vida, el hombre ordinario, es decir nosotros, sentimos que el tiempo se nos va. Tiempo es lo que falta. No porque seamos mortales, sino porque se va por definición de sucesión. Estamos apurados. El reloj no se detiene. La ansiedad es tiempo que falta. La depresión es tiempo estancado. El aburrimiento es tiempo palpable. El trabajo, los rituales religiosos y las ceremonias lo domestican. Sentir el tiempo desespera. Sentirlo fugitivo también.
Somos seres finitos. Morimos. Nadie quiere morir. Lo humano demasiado humano es postergar el fin. Para lograrlo corremos a la manera de Edipo. A pesar de las apariencias, la meta es el foso. Es decir que corremos hacia adelante en dirección contraria. Nos metimos en el túnel oscuro por la salida y nos precipitamos hacia la entrada. Los antiguos inventaron el género llamado tragedia para ilustrar sobre la escena esta comedia de la existencia.
¿Pero qué sucedería si el hombre ordinario cambiara su concepción del tiempo por esta idea tan simple de Rousseau que aventura que el tiempo es lo que vuelve y no lo que se va? ¿Nos convertiremos en hindúes en estado de contemplación rodeados de sándalos perfumados? ¿Vestidos de naranja bailando al son de las panderetas? ¿Una nueva especie macrobiótica pupila de la esquina de las flores?
Dios nos libre y guarde. No hay peligro. Sólo cambiaremos de malestar. Padeceremos el tiempo que vuelve. La queja será distinta pero queja al fin. En lugar de decir: “No te pude contestar el llamado porque no tuve tiempo” diremos: “No te respondí porque me sobraba el tiempo y me distraje”. Tendremos tiempo de sobra. Nos disgustará que el tiempo no se vaya. Cuando nos pregunten cómo estamos, diremos: “Mal... otra vez, con tiempo”.
¿Seremos más sabios si ante esta nueva realidad detenemos la máquina mental y transitamos paso a paso por la vida en lugar de llevarnos todo por delante? ¿No es acaso evidente que tiempo es lo que siempre hay? Nadie lo sabe, quizás tengamos menos dolores musculares, pero menos libido también.
Es probable que las culturas en las que el tiempo siempre vuelve, en las que el ciclo sustituye a la flecha y no hay comienzo ni fin sino retorno, a la gente todo le pueda dar lo mismo. “Kif kif” dicen los marroquíes: da lo mismo, da igual.
La aceptación de un destino, la resignación ante lo que sucede, la fatalidad sin más que nos da lo idéntico y permanente nos hará flotar en un mar de sopa tibia. Pero esta fábula no es creída ni por quienes la propagan. Escuchemos la sentencia del estoico millonario Séneca –el hombre más rico de Roma a la vez que sabio y consejero de Nerón–: “Es cierto, hay destino, pero también hay azar. Entonces... filosofemos”.
Y hablemos del tiempo.

Por Tomas Abraham. www.tomasabraham.com.ar

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Viajes en el tiempo, inmortalidad o la vida según Ray Bradbury


Ray Bradbury pasó ayer por la Feria del Libro de Guadalajara (México) y durante esa incursión volvió a insistir en una vieja teoría (suya) que cruza toda su obra. Esa que señala que los extraterrestres no existen y que todas esas apariciones no identificadas responden a viajeros en el tiempo.
“¡Nosotros somos los marcianos! y el hombre del futuro es un viajero espacial; sólo viviremos eternamente cuando nos reguemos por el universo. Por toda la raza humana hay que volver a la Luna y luego a Marte, tenemos que hacerlo”, volvió a repetir el autor de novelas como Crónicas marcianas y Farenheit 451.
Como se sabe el género Ciencia Ficción plantea distopías, utopías perversas donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal. En esos universos apocalípticos el autor norteamericano construye sus historias.
Pero en su paso por México, Bradbury volvió a remarcarle a una atónita platea de escuchas (la conferencia se realizó vía satélite) que el futuro es un espacio de tiempo a conquistar, pero lejos de poder hacerlo en el planeta Tierra debe hacerse en el espacio exterior: la Luna o Marte. Ésa es la calve para que la humanidad alcance “la inmortalidad”.
Durante su desarrollo el norteamericano aseguró “que el hombre debió quedarse hace 40 años en la Luna, formar ahí una base para continuar con la exploración hacia Marte y colonizarlo, para encontrar la inmortalidad de la raza humana”.
El sujeto que subió por primera vez en un avión a los 62 años, que no tiene computadora y es un crítico con el uso de la tecnología, explicó a un público compuesto principalmente por jóvenes parte de su vida, sus motivaciones para escribir y diversas anécdotas de su vida.
Bradbury, un escritor autodidacta que desarrolló una gran cultura y creatividad a través de la propia lectura, confesó que en los primeros años de su vida fue un insaciable lector, y que las bibliotecas públicas le dieron una formación tal que ninguna universidad le pudo dar.
El norteamericano aconsejó a los jóvenes ir a las bibliotecas ya que él mismo no pudo ir al instituto "porque era muy pobre" y se "pasaba tres días a la semana en las bibliotecas, durante 10 años".
Para el autor de El verano de la despedida, "las bibliotecas son esenciales para volverse un gran estudiante; las bibliotecas son gratis y las universidades son caras".
Esas bibliotecas son las que dejan de existir en ese futuro lejano (o no tanto) que edifica en Farenheit 451. La ruina y la inmovilidad social está marcada por el no acceso a los libros, por la destrucción de los mismos. Los bomberos lejos de apagar incendios, se dedican a incinerar manuscritos, textos y todo aquello que esté encuadernado.
La vida del escritos, hasta encontrar la fama, estuvo marcada por su precariedad económica. "Tenía tan poco dinero, estaba recién casado y quería escribir sin gastar dinero, fui a la UCLA (Universidad de California) y en un sótano había unas máquinas de escribir a las que tenía que ponerle 10 centavos de dólar cada media hora, y en nueve días gasté nueve dólares, con eso hice la primera versión de Fahrenheit 451", relató.
Sin embargo, el suceso más crucial en su vida, según ha confesado, fue su encuentro a los 14 años con “Míster Eléctrico”, un mago de feria que le reveló la inmortalidad.
Bradbury se considera un inmortal, sus 90 años podrían dar fe de ello. Pero sin embargo, él vive en la Tierra y la eternidad, según sus propias palabras parecería estar en el espacio exterior.

www.elargentino.com

martes, 1 de diciembre de 2009

Seis de cada diez marplatenses presentan estado de ánimo favorable



En base a un estudio desarrollado telefónicamente que ascendió a 407 casos, 46.3% asegura sentirse bien y 13.9% feliz. El principal motivo de bienestar está asociado a su grupo familiar y en menor medida a factores económicos. Curiosamente sólo 13,9% admite su malestar, angustia o tristeza.

Por el contrario a lo que se palpita en las calles, una encuesta revela que el 60,2% de los marplatenses presenta una situación de bienestar favorable, cuyas razones en todos los casos están mayoritariamente asociadas a cuestiones de índole personal.
También se observa que entre los que admiten atravesar un período emocional inestable los motivos están asociados a la esfera privada como falta de trabajo, problemas de salud y familiares.
El estudio fue elaborado por la Consultora Ayala mediante una muestra probabilística segmentada por circuito electoral con técnica de recolección telefónica, que alcanzó 407 personas que residen en Mar del Plata.
En concreto, cuando se les interrogó acerca de cómo definirían su estado de ánimo actual el 46.3% aseguró estar bien, el 13.9% feliz y otro porcentaje similar destacó que se encontraba angustiado, mal o triste. El resto arriesgó que su estado emocional se encontraba desanimado, decepcionado, con incertidumbre, expectante, preocupado, confundido, indiferente, entre otros sentimientos negativos.
El 68.1% de los que se encuentran bien exponen que esa sensación positiva está asociada a que su familia vive sin sobresaltos, el 30.4% que tiene salud, mientras que el 21.7% confiesa estar motivado por tener trabajo y 10.1% alegó cuestiones individuales.
También esos motivos se trasladan entre los que aseguraron estar directamente felices: el 81% arriesgó que ese estado está vinculado a que su círculo familiar se encuentra bien, el 23,8% adujo motivos personales, el 23,8% cuestiones de salud y el 19% que tiene trabajo. El 9.5% restante confesó que esos sentimientos están ligados a motivos religiosos.
“Que el grupo familiar sea el principal motivo de bienestar habla de dos cuestiones: por un lado la fragmentación social y el individualismo se hacen presentes, pero a la vez se visualiza que estamos en proceso de recuperar una institución (la familia) que ha venido vapuleada en el transcurso de la historia por la búsqueda de oportunidades”, sintetizó la licenciada en Sociología Eva Ayala, jefa de Proyectos de la consultora.
Curiosamente para el 13.9% de los entrevistados que confesaron su tristeza, malestar o angustia también las razones están asociadas a cuestiones anteriormente descriptas: problemas familiares (33.4%), motivos personales (28.6%), falta de trabajo (23.8%), problemas económicos (23.8%) y salud endeble (9.5%).
“Para bien o para mal, otra señal de individualismo es que si bien el trabajo como motivo de bienestar o malestar tiene implicancias sociales, en este caso está expresado por los encuestados desde un lugar personal y no desde una preocupación colectiva como podría ser ‘hay trabajo’ o ‘no hay desempleo/desocupación’”, comentó Ayala.
Hombres: de mejor humor
En el marco de la encuesta y según datos de segmentación, los hombres son los que presentan una mirada más positiva que las mujeres: el 75.4% apuesta a sentimientos positivos, mientras que un menor porcentaje del sexo femenino (60%) se ubica en ese estado. En tanto, aunque sólo el 7.3% de las mujeres se encuentra en estado regular, una aún menor incidencia se observa en el ámbito masculino, con 4.3%. Por último, el 31.7% de las encuestadas optaron por considerar su estado negativo, contra 20.3% del sexo masculino que se ubicó en esa categoría.